Transporte Público y Revolución.

Sólo quería decir que considero que una revolución que se base en cambiar los medios y modos de producción, considerando que así se logrará que los hombres se relacionen de formas diferentes a cómo se relacionan ahora, es un error. Me parece que lo más importante es cambiar las formas en que nos relacionamos, y, así como desde el socialismo se llegaría al comunismo, lograríamos desvincularnos de todo aquello que nos parece que está mal en esta sociedad. Creyendo a ciegas en algún método para alcanzar la revolución se comete el mismo error que se cometió con el Transantiago. Las micros amarillas aparecían a medida que iban haciendo falta; si un empresario cachaba que faltaba una micro entre Quilicura y Puente Alto, iba y ponía una micro, y había gente que la tomaba. Con el Transantiago se sentaron una tropa de giles a ver cómo debería funcionar el sistema de transporte público de la capital, miraron un mapa, y trazaron recorridos que no funcionaron. Ahora lo están solucionando de la misma forma que con las amarillas: van a ver dónde falta una micro y chantan una. La revolución se tiene que hacer así. Primero hay que mirarse hacia adentro, ver qué te falta y qué te sobra, ver cuáles son las cosas que el capitalismo ha impuesto en tu persona, ver cuáles puedes cambiar, y cambiarlas. Esperar que llegue la lucha armada socialista para hacer esos cambios en ti es un error. En otras palabras, creo que primero hay que hacer la revolución individual para que la revolución social llegue sola. Todo esto, claro, según yo. Y eso es casi nada.

Tijuana Brass

John salía todos los viernes de su casa a la misma hora e iba al mismo lugar. Su pequeño departamento quedaba en la esquina de la Québec ST. con la 38, uno de los peores barrios del Denver de mediados de los cincuenta; y su bar favorito se encontraba justo al frente del Skyland Park, a unas veinte cuadras. Aquella caminata siempre era reconfortante, le ayudaba a olvidar los problemas de la semana, fumaba varios cigarrillos y se tomaba la pequeña botella de whisky que la señora Leyden le dejaba en su correo. Él simplemente tomaba la botella y dejaba unos dólares en el correo de su vecina.

En fin, la caminata era agradable, los cigarrillos eran agradables, el whisky era agradable. La botella solía terminarse cuando John llegaba a Kearney ST por la avenida 35, y el basurero verde estaba todos los días esperándolo.

Entrando a bar, se saca su sombrero negro, y lo cuelga en una percha; su abrigo se queda sobre él y mientras avanza hace un gesto a Jimmy, quien rápidamente sirve un poco de un mal whisky en un vaso y lo rellena con coca-cola. John toma el vaso y apoya un codo en la barra. Pide un cenicero, prende un cigarro, toma el primer trago del vaso y, oliéndolo, observa las pocas mujeres que mostraban sus cuerpos en la pista. Le llama la atención una mujer baja, un poco robusta y de pelo crespo que bailaba tatareando suavemente la melodía, levantando y bajando los brazos, sin esperar que ningún hombre se le acerque. Pensó que debía ser una mujer feliz. Poco a poco logró que aquella señora notara su mirada, y cada vez que ella lo observaba de reojo, John sonreía, tomaba un trago o le hacía un lejano salud, que ella respondía inclinando levemente la cabeza.

Cuando la canción disminuyó su ritmo, la mujer se acercó a John. Se presentó como Kendall Newport, y le pidió que la invitara a algo. De mala gana, John levantó la mirada hacia Jimmy, le indicó el vaso y pidió dos. La canción seguía sonando y Kendall seguía tatareando mientras John trataba infructuosamente de conocerla más. La única información que obtuvo es que había enviudado hace sólo un par de horas y que consideraba aquello una excelente noticia.

Llegaron los vasos y la mujer se tomó la mitad de un solo golpe. La sorprendida mirada de su acompañante la incomodó, o al menos eso pareció; tomó su vaso, levantóse de su asiento e, inclinando levemente la cabeza, dijo “gracias”. La canción estaba volviendo a apresurarse y ella siguió bailando, vaso en mano, sin mirar a John.

En eso apareció un joven 20 ó 25 años menor que Kendall, le tomó una mano, le quitó el vaso y le hizo una inaudible pregunta. Ella miró a John, levantó los hombros y lo indicó. El joven caminó apresuradamente hacia él, mirándolo fijamente. A pocos metros se detuvo, tomó la mitad del whisky que quedaba en el vaso, y siguió su camino. Dejó el vaso frente a John, lo miró y le dijo: “Mi padre acaba de morir, no ande usted pensando en flirtear con mi madre”. La mirada insípida de su interlocutor lo sorprendió gratamente y, agradeciendo, se alejó. Tomó a su madre y se marcharon del lugar.

John le pidió a Jimmy una pequeña botella de whisky y, dejando un par de dólares en la mesa, se alejó de aquel antro. Caminó por las oscuras calles hasta su apartamento, subió los 3 pisos por las escaleras, abrió la puerta, lanzó las llaves a la mesa del comedor, tomó el último trago de la botella y la depositó en el basurero, colgó su abrigo y su sombrero, fue a la cocina a observar su refrigerador vacío, tomó un vaso de agua, miró las paredes, sacó un par de mugres del techo, avanzó a su dormitorio y Jack, su gato, lo esperaba acurrucado entre las almohadas. Se acostó, le deseó buenas noches a Jack y soñó algo que no recordó.

Odio

Sí, eso es, los odio, a todos, a la mayoría, a muchos; los odio harto, me cargan, me molestan, los detesto. Sus caras y sus formas de caminar me parecen detestables, sus voces, sus ideas, sus formas de pensar. Odio cómo convencen, cómo gritan, cómo atornillan. Los he visto haciendo de todo, mintiendo, robando, censurando, matando, torturando, violando, molestando, gritando. Imbéciles, se creen grandes e importantes, se muestran fuertes y poderosos, se denominan, se nominan y se autodenominan; les encanta, y yo, yo los odio. Los odio porque siento el odio adentro, así como si no lo pensara. Así odian, a los que lloran, a los que hablan. Sucios, impertinentes, aparecidos, mugrientos, hediondos. Odio a los padres que obligan a sus hijos a nacer, a los católicos que obligan a su gente a creer, a los evangélicos que cantan y a los krishna que bailan. Odio a los religiosos y a los partidos, a los patriotas –egoístas masivos-, a las universidades, a los colegios, a los regionalistas –egoístas no tan masivos-, a los egoístas y a los amables y a los cínicos solidaristas. Falsos, absurdos idiotas sin sentido. Odio este mundo horrible. La historia es cíclica y la odio; la economía es cíclica y la odio. Odio las fiestas y odio a la gente que se obliga a hacer cosas que no quiere. Odio a los que obligan. Me molestan aquellos que se aman y odio a los que se odian. Yo los odio y ellos deben odiarme; odio el cíclico odio. Odio lo cíclico. Odio al amor, y odio al odio, y al odioso y al monótono. Odio lo obvio. Lo ridículo también es odiable. Odio al hombre por despectivo, por tonto ignorante, por heterogéneo y por cambiante. Me tocó, odiar, odio mucho y me gusta odiar, y odio que me guste odiar. Odio a los políticos y a los académicos petulantes. A los barrenderos, a los traqueteros y a todo el mundo entero. Seguramente odio a tu familia, y a la mía, y a ti. Tú seguramente me odias a mí. Los odio mucho, a todos, y, ciertamente, me odio a mí.

Olvidar y Luchar

Una noche, como cualquiera, el mundo olvidó la fecha. A la mañana alguien le preguntó a un colega, y éste, sin saber qué responder, le preguntó a alguien más. Nadie sabía. La pregunta se expandió por el mundo, con millones de puntos de inicio, pero nadie sabía. Todos estimaban que era algún día entre el 7 y el 15 de agosto. Los matemáticos hicieron cálculos y no supieron qué responder. Los astrónomos aseguraron que mirando el cielo podrían averiguar el día exacto, pero no lo lograron. Los periodistas y editores de diarios se arrepentían de haber dejado de poner la fecha en la portada de los periódicos. Los informáticos veían con extraños ojos sus computadores.

Se aceptaba comúnmente que el día en que se olvidó la fecha era alguno entre el 7 y el 15 de agosto, por lo que el día siguiente se consideró como “alguno entre el 8 y el 16, el subsiguiente como alguno entre el 9 y el 17 y de esa forma el mundo logró sobrevivir durante un tiempo. Había quienes esperaban que el problema no se solucionara, para así celebrar los cumpleaños durante los ocho días de incertidumbre; por suerte, eran minoría.

Los problemas que traía consigo esta confusión tenían solución, aseguraron los astrónomos. Propusieron medir la duración de los días hasta que la duración del día fuera lo más parecida a la de la noche, y ese día sería el 21 de septiembre. El mundo esperó, y algún día entre el 19 y el 27, el día duró 11 horas, 59 minutos y 55 segundos, mientras que la noche duró 12 horas y 5 segundos. Todos aceptaron los 5 segundos de diferencia como un problema menor, y vivieron el día siguiente como el 22 de septiembre. Pero a la noche siguiente los astrónomos informaron que el día había durado 12 horas y 7 segundos, y la noche 11 horas, 59 minutos y 53 segundos. Nadie se esperaba ese suceso, por lo que los astrónomos propusieron que se considerara el día siguiente como “el 22 ó el 23 de septiembre”. No era lo que el mundo esperaba, pero se acercaba.

Los astrónomos, siempre atentos, recordaron que el 26 de noviembre debería haber un eclipse en algún lugar del pacífico, al oeste de las islas Galápagos, entre Isla de Pascua y Hawai. Se apostaron barcos de todas las potencias mundiales en ese sector, repartido en cuadrantes para cada nación, pues todos los gobiernos esperaban dar la maravillosa noticia a sus ciudadanos. Se firmó, además, un tratado que abolía las aguas internacionales en ese sector, pasado cada cuadrado de mar a formar parte de la soberanía de las naciones involucradas. También algunos millonarios se aventuraron con sus yates en el lugar. Los cruceros ofrecían viajes de lujo para esperar el eclipse en el lugar de los hechos. Todo el mundo estaba expectante.

Los primeros barcos militares llegaron al lugar el 15 ó 16 de noviembre, los millonarios más excéntricos aparecieron el 22 ó 23, mientras los cruceros paseaban por los límites de los cuadrantes. En la tarde del día 23 ó 24, un barco japonés penetró el cuadrante estadounidense, lo que provocó la ira de los norteamericanos, que atacaron la nave nipona después del primer aviso. Las naves chinas y rusas, al notar la situación, y después de intentar una mediación conversada, atacaron a la nave estadounidense, incitando la respuesta francesa e inglesa. A las pocas horas, los barcos militares de cada nación que había en el lugar estaban en llamas y la gran mayoría de sus tripulantes muertos. Los yates y cruceros se retiraron rápidamente del lugar. Los presidentes que se encontraban en el lugar escaparon en sus helicópteros. El combate duró hasta la madrugada del 25 ó 26 de noviembre, momento en que todos se retiraron pensando que ya habría una nueva forma de calcular la fecha. En el lugar sólo quedaron algunas barcas con sobrevivientes. Aseguraron ver el eclipse, pero, encontrándose incomunicados, no pudieron dar aviso en el momento. Las semanas que demoraron los náufragos en tocar tierra provocaron estragos en su noción del tiempo y de la realidad, por lo que no pudieron afirmar con certeza en qué día fue el eclipse.

El mundo decidió esperar al 21 de diciembre. Faltaba poco, por lo que no sería tan calamitosa la situación. La gente esperó mientras los gobiernos más poderosos intentaban monopolizar la entrega de la información. Las tensas relaciones que habían quedado del día del eclipse ayudaron a calentar los ánimos militares y científicos de todo el mundo. La armada iraní, el 10 u 11 de diciembre, bombardeó observatorios astronómicos de Hawai, lo que determinó la decisión israelí de atacar sus instalaciones militares, con ayuda de los Marines. Los rusos, que sabían en qué podía desembocar el conflicto, se restaron hasta que bombas norteamericanas tocaron tierras de Turkmenistán, ingresando en la pelea toda la ex Unión Soviética. China, viendo peligrar su soberanía sobre Asia, bombardeó Afganistán, que apoyaba a Irán desde Pakistán, con lo que la India y el sudeste asiático se sintieron involucrados y apoyaron, algunos a unos, y otros a otros. Corea del norte no se restó y lanzó las primeras bombas atómicas del conflicto, que cayeron en el centro de Francia. La Unión Europea, ofendidísima, pidió permiso a Rusia para avanzar por sus tierras hasta Irak, de forma que el bloque occidental atacara a los asiáticos desde diversos puntos. Rusia aceptó, pero los países de la Europa Oriental no, con lo que empezó el conflicto europeo. Los países africanos, por su parte, se dividieron entre los cuatro bandos (Europa occidental-EEUU-Israel; Europa Oriental; Ex URSS; Sur de Asia (desde el Líbano hasta Vietnam, exceptuando Birmania y Tailandia); China-Japón-Corea), y con el ataque de Namibia y Botswana a Sudáfrica empezó la Guerra Africana. El África subsahariana apoyó a Sudáfrica y intentó avanzar por mar, pero Angola y los Congos interrumpieron a cañonazos su camino. Argelia, Libia y Egipto apoyaron al oriente europeo desde el sur, por el mediterráneo, donde destruyeron los restos de pompeya, la Acrópolis, y gran parte de Roma y el Vaticano. Marruecos atacó a los Argelinos desde el Oeste con la ayuda de Malí mientras Níger, Chad y Sudán avanzaban en masa hacia Etiopía, con el fin de liberar la sitiada ciudad de Mogadiscio, en Somalia.

Sudamérica entró en el conflicto cuando Australia aceptó las órdenes estadounidenses de destruir los observatorios del norte de Chile, que era considerado una amenaza por sus gobernantes socialistas. Brasil y Argentina tomaron las armas y atacaron a los Australianos desde la costa chilena, con el apoyo nacional. Perú y Ecuador también decidieron apoyar a Chile, con lo que Colombia –eterna amiga de EEUU- atacó a Ecuador desde el norte. Venezuela atacó por dos bandos: hacia el oeste invadió Colombia y hacia el este intentó recuperar las tierras perdidas hace cientos de años de Guyana, Suriname y Guyana francesa. Siendo propiedad ésta última del Estado francés, la Unión Europea le declaró la guerra a Venezuela y a sus aliados. Bolivia apoyó a Chile y a Venezuela, con lo que Colombia se quedó sola en Sudamérica. Panamá le ofreció su apoyo, junto a Costa Rica, y atacaron Venezuela. Nicaragua y Cuba no aceptaron eso y atacaron hacia el sur, mientras las pequeñas fuerzas armadas de los países caribeños se dividieron apoyando, en su mayoría, la opción Colombiana. A toda esta situación se la conoció como el Conflicto Colombia. Al notar los resultados de su acción, Australia confraternizó con los colombianos y, pidiendo ayuda a Indonesia y Filipinas atacaron, para empezar por algo, a Nicaragua. El Salvador, Honduras y Guatemala apoyaron a los nicaragüenses y combatieron contra los oceánicos. México entró en la guerra tal como lo había hecho Rusia y atacó a los Filipinos que invadían Guatemala. Belice, por su parte, apoyó a Estados Unidos defendiendo la decisión australiana, y atacó la zona maya. México se sintió ofendido y, haciendo planes con los japoneses, atacaron Los Ángeles y San Francisco, con la ayuda de los rusos, que decidieron recuperar Alaska. México, por otra parte, ingresó a Texas y a New Mexico, avanzando hasta Wyoming, Nebraska y Missouri. Canadá pactó con Rusia dividir Alaska en dos a cambio de su apoyo y atacaron el este de la península. EEUU reaccionó enviando tropas desde Seattle a Vancouver, y Canadá respondió bombardeando Nueva York desde Ottawa y Montreal.

En los diez días que duró la primera parte del conflicto, la mayoría de los mortales que no estaban luchando en la guerra permanecieron escondidos en zonas montañosas o selváticas. Entre el 19 ó 20 y el 21 ó 22 pocos tuvieron tiempo de medir la duración de los días. En rigor, nadie lo hizo. El mundo se perdía una nueva oportunidad de recordar su forma de organizarse.

Las bombas atómicas destruyeron gran parte del mundo. De los seis mil millones de seres humanos que habitaban el planeta antes del conflicto, se estima que quedaron menos de 400 millones, repartidos por el mundo sin muchas formas de contactarse. Las emisoras de televisión y los diarios fueron destruidos. Los que no, no tenían interés en seguir informando. La radiación nuclear afectó tanto a los animales como a los cultivos, por lo que los sobrevivientes comían temiendo. Se organizaron aldeas en aquellos lugares donde las bombas habían caído lejos. Los que tenían familiares en tierras lejanas preferían no viajar para no toparse con lugares donde la radiación era más fuerte. Los pocos que decidían hacerlo debían subirse a caballos o simplemente caminar por las devastadas carreteras, los combustibles eran tan escasos que se vendían a precios absurdos.

La noción de las fechas se había perdido por completo; por una parte no eran necesarias, y por otra nadie tenía tiempo para pensar en eso, las tareas que supone la supervivencia agotaban todo el tiempo. Poco a poco el dinero empezó a perder su valor, se prefería intercambiar vegetales por carnes, o ropas por maderas. No se podía ver televisión o escuchar radio o jugar Play Station, así que los niños redescubrieron las bolitas y el policías y ladrones. Sin el cine, las citas románticas se complicaban, por lo que los jóvenes volvieron a flirtear observando la puesta de sol, y a pololear caminando por las praderas. Los ancianos, para hacer sus bastones, recorrían kilómetros de bosques hasta toparse con la rama adecuada. Las dueñas de casa mandaban a sus hijos a recoger piñones en el bosque o guayabas en la selva para preparar el almuerzo. Las familias volvieron a ver sus cuerpos desnudos aseándose en ríos y lagos, los hijos mayores volvieron a ver los partos de sus hermanos, los menores volvieron a aprender qué era el sexo conversando con sus hermanos. Lentamente, los automóviles se quedaron sin bencina para andar, los políticos sin problemas por los que pelear, las armas sin balas que disparar. Los gatos dejaron de comer galletas de pescado y volvieron a comer pescado. Las palomas, eso sí, seguían comiendo restos de comida humana, y los cóndores siguieron siendo carroñeros.

La guerra, claro, había sido catastrófica, pero la vida, en fin, era más tranquila.

Delincuencia bailable y para toda la familia

Iba caminando cerca de mi casa, a altas horas de la madrugada de un día jueves, con objetos de valor material y sentimental en mi mochila, con mi celular en la mano izquierda y dos encendedores malos en la derecha, ambas manos guardadas del frío dentro de los bolsillos del pantalón. De pronto, aparecen tres hombres que, de lejos, parecían amables. Pocos metros antes de cruzarnos, uno de ellos me pregunta si tengo un cigarrillo para regalarle, y yo le respondo que no. Entonces se acerca otro, pelado al rape, con una polera blanca muy sucia y unos jean (el primero era alto y tenía el pelo crespo y largo, así como metalero), y me hace una pregunta. -¿Oe?, ¿te querí irte con una sonrisa en la guata? (sic) “Extraña situación”, me dije, y escuché salir de mi boca algo que parecía una risa acompañada de un “no”. -Ahhh... entonces pasa las weás. (sic) “Sí claro”, le respondí, y le facilité mi teléfono móvil. El pelao, contento con un nuevo teléfono que intercambiar por droga (a esas alturas ya no me cabía duda de su estado mental influído por la pasta base), sonrió y me preguntó si andaba con plata. Frente a mi negativa respuesta, me preguntó con qué andaba en la mochila. -Un cuaderno, hermano, la materia de la U. -Así que estudiái en la U, ¿ah?... El metalero ya había mostrado un par de veces su molestia con la situación, por lo que dijo “ya oh, deja tranquilo al cabro” (sic) e hizo algo que nunca esperé. Tomó el celular de la mano del pelao y me lo entregó. Yo, impresionadísimo, lo recibí, pero el pelao, sin entender del todo la situación, me lo quitó de nuevo. -Esta weá es mía. (sic) -Sí, sí... –dije yo. De pronto, el pelao, con claras intenciones de intimidarme, me pidió, no de buenas maneras, que no diera aviso a la policía. “Claro que no”, dije yo, y él, metiendo y sacando su mano del bolsillo de su pantalón, la acercó a mi cara. Yo pensé: “ahhh... está tratando de aparentar que tiene una pistola”. No sé por qué, pero no reaccioné cómo él esperaba (dando un salto hacia atrás o algo así), sino que me quedé tan quieto y tranquilo como estaba. -Ah, erí choro. (sic) -Noooo... noooo... –dije yo. El tercer integrante del grupo con el que me tropecé no había dicho ni hecho absolutamente nada hasta ese momento, en el que tampoco hizo nada. El pelao, tomando las riendas de la situación, me invitó a seguir mi camino, cosa que yo acepté gustoso, e invitó a sus amigos a seguir el suyo. Caminé, entonces, uno o dos pasos y sentí una mano que tomaba fuertemente mi hombro y me volteaba, quedando ellos en la posición en que yo estaba antes y yo en la opuesta. -¿Y qué tení en la mochila? (sic) –preguntó el pelao. “Mierda”, pensé, “el computador”. -No... si te dije, el cuaderno, no te sirve pa ná. (sic) -Ya... no sapí, gilao culiao, no sapí. Camina no má. (sic) -Sí... Sí... Caminé. Me dio miedo. Mi corazón empezó a latir con más fuerza y noté que los locos me habrían podido matar. Aceleré un poco el paso (no demasiado, para que mi miedo no fuera tan evidente) y me acerqué a un local de completos que estaba abierto incluso a esa hora. Le expliqué la situación al chef y éste llamó a los carabineros. Luego me preguntó más cosas y me dijo que no tenía que jugar a la ruleta rusa. -Si andai solo erí choro, y si no erí choro no andís solo. Disculpa que te diga, pero me da rabia la gente, si saben que les van a pasar weás y igual salen a la calle. (sic) Le pedí disculpas, o algo así, y me acerqué a un retén móvil que había cerca. Me tomaron los datos e hicieron el papeleo correspondiente. Asustado, les pedí que me acompañaran a la casa, a unas cinco ó seis cuadras, y me subieron a la cabina trasera de la radiopatrulla. En el camino, escuchamos la radio futuro, donde tocaban un especial de Led Zeppelin. Al llegar descubrí algo que me pareció muy buena idea: las puertas traseras de las radiopatrullas no se pueden abrir por dentro. Al día siguiente, sin celular, fui a Claro, mi compañía de telefonía móvil, a reponer el equipo. Les pedí, para no gastar plata, el más barato. La señorita me trajo uno que se veía muy bonito y yo le dije “no, quiero el más barato”. -Este es el más barato –dijo la señorita. -Entonces deme uno más malo. -Es que todos son mejores que éste. Éste es el único con costo cero. -Ya... entonces deme ese. Es una máquina excepcional. Si antes tenía una grabadora, un pen drive, un disc man, una calculadora, una máquina fotográfica, una radio FM, un calendario, un reloj despertador y algo para jugar tonteras en los tiempos libres, ahora tengo un celular. Nueve en uno. Yo sabía que habían aparatos así de completos, pero hubo un momento en que no supe qué pensar. Como puedo utilizarlo así como un pendrive, metí un archivo de texto. Luego tomé el teléfono y me dije “¿qué pasará si le pongo abrir esto?”. Mientras avanzaba hacia ese momento, trataba de imaginarme el mensaje que aparecería. “Formato inválido”, “este equipo no cuenta con visores de texto”, “archivo desconocido”. Y, al apretar en el archivo, ¡el celular lo reprodujo! Con todo, el asalto fue pa’ mejor. ¡Viva la delincuencia!. P.d.: El ministro Andrés Velasco diría algo así como “si la delincuencia ha subido, es porque la gente sale más a la calle, o sea, tiene más confianza en la democracia”. P.d.: El ministro Andrés Velasco podría también decir algo así como “si usted es víctima de un asalto, no se queje, véalo como una oportunidad”. P.d.: El ministro Andrés Velasco es un hijo de puta. RG

La ardua tarea del serenazgo

En el centro del Cuzco un borracho, gordo y sucio, duerme en la calle, de guata y sin zapatos. El serenazgo, de pié a uno metros, lo mira con tristeza. No es el primer borracho de la noche y no será el último, y ya está llegando al punto que le da lo mismo lo que hagan o no hagan los borrachos, las putas, los dealers, los turistas, las indígenas o lo niños que sin ir a la escuela saben tres idiomas. La descendiente del Inca Huaina Capac habla con el descendiente de Inca Atahualpa en la esquina. Ninguno teme del serenazgo ni del borracho, pero ambos pesan con las pocas ventas de la tarde y ella, siempre preocupada, le pregunta a él si su hijo ha ido a la escuela la última semana. Uno pregunta en quechua, el otro responde en español, mientras los hijos se ofrecen, en inglés, para limpiar los zapatos de los turistas. Dos serenazgos que venían caminando tranquilamente se topan con el borracho y se ríen de él. “¿Qué hará este borrachito aquí?” El borrachito se transforma rápidamente en borrachote. Con dificultad levanta su cuerpo del suelo y se acerca al primer serenazgo, que nada tenía que ver. Se saca la chaqueta, la lanza al suelo con absurda arrogancia y le grita al servidor público. -¡Eres un concha de tu madre! La cara de duda del oficial policial enfurece al borracho. Lanza un lento golpe que es esquivado con un leve movimiento de cuerpo y cae al suelo sin acertar. Cae, maldice desde el cemento, y se duerme. El serenazgo mira a sus colegas y los tres ríen. Luego proceden a levantar la chaqueta del borracho, que se había llenado de polvo en el suelo, la sacuden, la estiran, buscan documentos y no los encuentran. -¿Revisamos los bolsillos de los pantalones? -¿Para qué? -No sé… para saber quién es… -No, que duerma tranquilo. -Sí, que duerma tranquilo. Sin más, el grupo policial arropa al borracho con la chaqueta y se marcha, conversando en quechua; la indígena vende las primeras falopas de la noche y el niño le limpia los bototos a un alemán. -Two suns, please. El alemancito abre la billetera de cuero y le entrega cinco nuevos soles. -¡Guten avend! Desde el balcón de un bar dos jóvenes chilenos admiran la situación y siguen emborrachándose. Asombrados por la actitud de los organismos policiales, temen salir a la calle y caminar hasta el hotel, pero poco antes de que se acaben los vasos con vodka el borracho se levanta, maldice de nuevo y se acerca a una mujer que acababa de sentarse, borracha, con su novio borracho. El borracho se arrodilla frente a ella, le toma firmemente las rodillas y desliza sus manos hasta las nalgas de la víctima. Patada en el pecho, insultos, risas. Se van caminando y el borracho se queda nuevamente solo y dormitando. Un automóvil se detiene frente al borracho. Un taxi que no se nota que es taxi. Una mujer conduce, baja el vidrio y grita algo en quechua. El borracho responde con insultos y, después de otro breve intercambio de palabras se sube al auto. Se van. Los chilenos siguen emborrachándose. El taxi que no se nota que es taxi vuelve a los diez minutos. El borracho se baja y rápidamente insulta a un grupo de jóvenes que pasaba por el lugar. Los golpea, aparece el serenazgo, y lo obliga a sentarse en una banca. El borracho se pone de pie y nuevamente se saca la chaqueta y la tira al suelo. -¡Eres un concha de tu madre! Lanza otro golpe, de nuevo no acierta, de nuevo cae, de nuevo maldice, de nuevo se duerme. El serenazgo lo levanta y lo sienta, dormido, en la banca. Lo tapa con la chaqueta, ríe y se va. Los chilenos ríen y se van del bar. El borracho no está en la banca. Buscan con la mirada y lo ven intentando armar otra pelea con otro grupo de jóvenes. Se alejan rápidamente y vuelven a su hotel. Prenden la televisión. Ganó Zallaquet. Ganó Sabat. Ganó Berguer. Ganó Regginato. Apagan la televisión y duermen. En la mañana, temprano, han de partir a Machu Pichu.

ajá

No... nada.

Perdámonos por los edificios.

"Oye, te invito a unos tragos, hablemos un poco y perdámonos por los edificios. ¿Cómo te llamas cuando me tocas?" -Colombina Parra

Andrés se juntó con Alejandra por octava vez en octubre de 1998. A ninguno le preocupaba la devaluación de la moneda tailandesa ni el efecto dominó que afectó la cesantía en Chile. No, ellos sólo querían conocer sus nombres, y lo intentaban una y otra vez. “¿Cómo te llamas?” le preguntó Andrés por octava vez la octava vez que la tocó, y ella por octava vez le respondió “Alejandra”.

-Es que me haces dudar de mis sentidos. Cuando te conocí no te llamas Alejandra. Ahora te pienso como Alejandra, pero sé que no te llamas Alejandra, Alejandra.

Era la octava vez que les pasaba lo mismo. La séptima fue cuando Andrés sintió que por séptima vez recorría calles con una desconocida que las conocía mejor que él, y que lo guiaba por pasajes oscuros y por avenidas absurdamente transitadas.

-¿Cómo está tu mamá?, supe que tenía cáncer, o algo así.

Su mamá había tenido cáncer, claro, pero había muerto hace años, poco después de la cuarta vez que le preguntó cómo se llamaba. Andrés había odiado a Alejandra durante un tiempo a causa de la muerte de su mamá, por que se sentía culpable de pensar en el nombre de una mujer casi desconocida durante el velorio. Sentía que debería estar sintiéndose triste y teniendo bonitos recuerdos, pero no podía, así como sabía que no podía pagar los costos del funeral. “Es por esta tropa de mentirosos que gobiernan, ¿cómo me van a cobrar por un funeral?, es casi inhumano”.

-No me recuerdes a esa mujer ahora. Ahora estoy contigo, y no sé cómo te llamas.

Sabía que lo iba a saber, o a intuir en poco tiempo más. Todas las veces era igual, alcohol y caminatas. Se conquistaban pensando que conquistarse estaba pasado de moda, así que lo hacían con nostalgia. Se decían una que otra cosa sugerente en intervalos largos, media hora o más; se rozaban, se abrían las puertas o se pasaban innecesariamente cosas en la mano, se hacían comentarios innecesarios y se mostraban como seres perfectos innecesariamente: sabían que no eran perfectos, pero hacían como que podían serlo, por lo menos en esas situaciones.

Esa séptima vez, Alejandra le comentó que había escrito una palabra que nunca antes había escrito, y que cuando la leyó la encontró rara, como si fuera otra palabra. Se la imaginaba como una palabra con ese y con una k, pero al escribirla, la descubrió con ce y con q.

-¿A ti te pasa lo mismo conmigo, cierto?

Le pasaba seguido. Las letras de Alejandra no tenían mucho que ver con la imagen que él tenía de Alejandra, tenían más que ver con un lago, o con una coliflor, o con la palabra alcachofa, pero no con una alcachofa o con una mujer. Menos todavía con la imagen que tenía de ella. Le parecía que eso era porque la forma en que se relacionaba con ella estaba más ligada a la palabra edificio, enfrentar, ofrenda y fragata, y cuando las coliflores se le venían a la cabeza pensaba en letras, no en personas. Varias letras juntas que creaban en él una imagen mental muy alejada de la que se suponía, cosa que le molestaba.

-A mí también me molesta tu nombre. Para mí eres Andrés, y Andrés se parece mucho a un árbol y al verbo become, en inglés. Debe ser porque tú llegaste a ser Andrés.

Ninguno recordaba con nostalgia las ocasiones anteriores que se habían preguntado los nombres. Sólo Alejandra, que sólo se lo había preguntado una vez y se había conformado, tenía un sentimiento hacia aquella breve situación, pero Andrés lo recordaba sin pensarlo. Lo recordaba así, simplemente. Lo que recordaba con más intensidad era la sensación de obviedad que tenía en cada encuentro. Sentía que todo lo que hacía era obvio, lógico, y lo hacía concientemente, pero no podía evitarlo. Abría las puertas y entregaba las flores inundado por un sentimiento de tristeza. Algo le decía que hacer las cosas de esa forma era aburrido, demasiado obvio para ser bonito, pero tenía que actuar así para poder llegar al momento de la pregunta. O, por lo menos, no sabía llegar de otra forma.

-¿Cómo te llamas?

Alejandra se enfureció. ¿Por qué tenía que escuchar esa pregunta cada vez? Se levantó y se vistió bajo la mirada atónita de un Andrés desnudo y sudado.

-Estamos en lo mejor y sales con eso. ¿Qué te pasa? ¡Me lo dices como si no me conocieras!

Él no sabía qué responder. Efectivamente sentía que no la conocía cuando sentía las manos en su espalda y el pelo en la cara. Se preguntaba incesantemente por el nombre de la mujer que tenía encima, por el apellido, dónde vivía, qué comía, quiénes eran sus padres, dónde había nacido, dónde pensaba morir, qué programas escuchaba en la radio.

(…)

La novena vez que se vieron, el 8 de agosto del 2008, él sabía exactamente qué hacer. Le había propuesto ir a un bar a ver la inauguración de los juegos olímpicos. Se acercó y le hizo la pregunta.

-¿Cómo te llamas? -Angélica, ¿y tú? -Roberto.

Rápidamente le tomó la mano izquierda, la cruzó por detrás de su cintura, la tomó con su propia mano izquierda, le acarició el hombro derecho y deslizó toscamente (no sabía hacerlo de otra forma) su mano por la espalda hasta llegar a la cintura, la que apretó contra su cuerpo para sentir el olor de los senos.

Al amanecer, Andrés vio cómo Alejandra se levantaba y ordenaba sus cosas.

-Tú te llamas Andrés. -Tú te llamas Alejandra.

Se levantó también, ordenaron sus cosas y se perdieron por los edificios.

Ocho malos palíndromos.

"No, Omar, la osa casó al Ramón".

"Aroma a mora".

"O dale la anilina al helado".

"Ale, Ina, David, Diva, Daniela".

"Acá va la vaca".

"Avala la lava".

"¿Oca? ¡Camisa!... sí, macaco".

"¡Ana gana! ¡Ana gana!"

*Si no sabe lo que es un palíndromo, lea las tonteras que están entre comillas al revés. Comprenderá rápidamente.

Discurso municipal tipo

Queridos conciudadanos:

Mujeres y hombres de mi comuna. Este es un año crucial para el país. Es este un año en el que todos nosotros tenemos el maravilloso derecho de participar en el proceso democrático que a todos nos pertenece. Es un año de oportunidades, de esperanzas y de combate a las cifras de desigualdad social y de cesantía. Y esta comuna es una comuna con muchas necesidades, pero donde los vecinos siempre han sabido sobreponerse a las tempestades, y donde han sabido apretar los dientes en momentos críticos. Es una comuna con historia, con gente maravillosa, pero también con problemas. La delincuencia ha sido combatida, pero aún hay mucho por hacer; los colegios han sido reparados, pero no es suficiente; los hospitales han sido mejorados, pero falta mucho. No somos un país desarrollado, somos uno en vías de desarrollo, y nuestra comuna lo sabe muy bien.

Es por esto, vecina y vecino, que los invitamos a participar de este maravilloso proyecto, de esta maravillosa lista, donde no tenemos miedo de combatir los males que afectan a esta comuna, y donde sabemos que estos no son procesos inmediatos. Para solucionar los problemas que tenemos se requiere de mucha gestión, de buena gestión, donde la dignidad y la justicia serán pilares primordiales de nuestra obra. Nuestra idea fundamental es que usted nos apoye, nos brinde su voto, porque sin la ayuda de las personas no podremos avanzar. Pero también sabemos que en la comuna vive gente de esfuerzo, gente que tiene muchas necesidades, y es por eso que hemos desarrollado un plan especial para los vecinos trabajadores.

También apoyaremos a las dueñas de casa y a las jefas de hogar, porque el papel de la mujer en nuestra sociedad es cada vez más importante, y es necesario que ellas cuenten con todo el apoyo posible para poder salir adelante. Para esto, modernizaremos nuestro municipio, y haremos todo lo que esté en nuestras manos para alcanzar los estándares internacionales de gestión, pues sabemos que lo que necesitan nuestros vecinos es un municipio moderno y amigable, donde tengan cabida todos los habitantes de la comuna.

Yo siempre he sentido un especial cariño por esta comuna, sus árboles, sus plazas, su vida. Y especialmente por los niños de esta comuna, y es por eso que implantaremos un sistema que ayudará a mejorar la educación de nuestros niños, que son los más afectados por los problemas de la comuna, pero también siempre los más alegres y son ellos los que nos dan las esperanzas y las fuerzas para seguir trabajando por un futuro mejor.

Nuestra comuna se caracteriza por la alegría de sus niños, pero también por las necesidades que sufren nuestros amigos de la tercera edad. Ellos son el otro grupo más afectado por las necesidades. Sabemos que las pensiones son muy bajas, y por eso hemos trabajado en ello, y hemos creado proyectos pensando especialmente en ellos.

Sabemos que los problemas de nuestra comuna no son sólo los que he mencionado hasta ahora. En los últimos años se ha trabajado en los hospitales, pero aun no es suficiente. Los consultorios se llenan en el invierno y claramente no dan abasto. Es por eso que hemos estado todo el año trabajando con un equipo especial de médicos y economistas, quienes aseguran que en un plazo no mayor de dos años podremos tener grandes logros en el tema sanitario.

Ustedes me conocen, saben quien soy y saben lo mucho que quiero a mi comuna. Los invito una vez más a participar de este hermoso proyecto, en el que todos tenemos cabida.”

Literatura y anarquismo.

Si todas las ramas de la literatura, la lingüística, la filosofía, la semiótica, la antropología, los estudios de la comunicación, la sociología, los estudios culturales, entre tantas otras, exceptuando a algunos grandes de hace muchos años, como Platón o Aristóteles, para publicar sus estudios, o para escribir sus cuentos y novelas, o para realizar ensayos, o para postular documentos revisionistas necesitan citar, explícita o implícitamente a muchos otros grandes o pequeños intelectuales antiguos o contemporáneos, de forma que sus documentos tengan cierta base teórica; si se convierte en algo imposible la creación puramente original, y escuchamos una y otra vez las mismas ideas, dichas de una y otra forma, las mismas metáforas, los mismos lugares comunes, los mismos tópicos literarios; si las ideas con las que vivimos han tenido que madurar por generaciones para lograr que, incluso, las sintamos como propias y lleguemos a calificarnos los unos a los otros como “postestructuralistas” o “neoliberales”; si, durante milenos, hombres y mujeres de todo el planeta han desarrollado este mundo simbólico que nos rodea, poniendo uno a uno los granos de arena o las rocas que conforman esta estructura de pensamiento; si hay fanáticos de Neruda en Sudán y movimientos maoístas en Perú; entonces, ¿quién puede ser tan descarado como para decir “este texto lo escribí yo”, o “esta idea es mía”? Así cualquiera.

En contra del individualismo.

Me he fijado que para escribir filosofía, hay que leer filosofía. Para escribir historia, hay que leer historia. Para estudiar el universo, hay que aprender matemáticas. Para enseñar biología, hay que saber química. Para ser abogado hay que estudiar leyes, y para ser médico, medicina.

Resulta que para proponer un nuevo concepto de “espacio público” tengo que haber leído a Jurgen Habermas, y para calcular la altura de un árbol, teniendo sólo la distancia a la que estoy de él y el ángulo que dibujan dos líneas imaginarias que, partiendo de un mismo punto, van hacia la copa del árbol y a la base de éste, tengo que conocer los teoremas trigonométricos inventados por un griego, cuyo nombre no recuerdo, hace más de dos mil años.

¿Acaso un hombre no puede conocer el mundo por sí solo? ¿Es que necesitamos irremediablemente a otros hombres para entender lo que nos rodea?

Parece que sí.

Qué desgracia.

En contra de la historia.

¿Por qué necesitamos leer historia?

El problema lo retrata muy bien una metáfora tratada en muchas malas películas, y una que otra buena también, donde una persona pierde la memoria a corto plazo y cada día necesita revisar un libro, o un video, que le cuenta la historia de su vida, para después salir al mundo y fingir que considera verdadero el mundo que le mostró ese recordatorio, vivir según eso y comportarse como una persona normal.

Necesitamos leer a la historia, y también a la historia de la filosofía y del pensamiento, para poder fingir que el sistema de cosas en el que nos encontramos es coherente con algo, que no apareció de la nada, y que responde a una serie de sucesos comprensibles y sucesivos que lo explican. O sea, gracias a la historia aceptamos que existe un momento histórico en el que vivimos que se diferencia de otros momentos históricos en los que no vivimos.

Pero así como los hoyos negros no existiría sin la matemática y la física (pues nunca nadie ha visto uno), los momentos históricos no existirían sin la historia.

La historia, me parece, revisa a la historia para escribir más historia, la compara, la renueva, la muta. Creo que la historia debería revisar al hombre, al ser, a la esencia humana para poder crear algo coherente. Mientras creamos en la historia vamos a seguir fingiendo (tal vez de forma inconciente) que es coherente que este sistema de cosas exista, porque responde a una serie de sucesos históricos.

Yo no creo que el socialismo, la social democracia, el sistema social de mercado, el neoliberalismo, el feudalismo, el imperialismo, el absolutismo, el parlamentarismo o el presidencialismo sean coherentes con el ser humano. Por eso no creo en la historia.

De Sipaliwini a Punta Arenas

Somos sudamericanos. ¡Sí! Nos encanta Sudamérica y creemos en el sueño bolivariano. Admiramos a gente como el Ché, Daniel Ortega y encontramos que Hugo Chávez es un grande. Nos gusta nuestro pedazo de tierra y no nos gusta ser el “patio trasero” o “un pueblo” al sur de los Estados Juntos. Sentimos que tenemos una identidad propia que no tiene nada que ver con la yanqui o con la europea, que son siúticas e imperialistas, y hacemos como que nuestros héroes tercermundistas son admirados en todo el mundo. Pero ¿qué sabemos de Sudamérica? Sabemos, por ejemplo, que está el amazonas, el río más grande del mundo, y estamos orgullosos. Se habla inglés, francés y holandés, y no parece estar mal. Los argentinos dicen que Buenos Aires es la capital del mundo y nos dan ganas de creerlo. Hay colonias francesas y alemanas, y no nos molesta. Los peruanos tienen la cocina más variada del planeta, y nos gusta comerla. Al norte está lleno de hindúes y al sur nos plagaron los croatas, y están justificados. En Paraguay se hablan dos idiomas, y nos parece interesante. Un pedazo de nuestras tierras pertenece a la Unión Europea y a nadie le molesta. Hay una cordillera grande y bonita y ahí arriba está la ciudad capital más alta del mundo, y es hermosa. El críquet es deporte nacional, y nadie sabe. Hay una guerrilla repudiada en todo el mundo, y no la apoyamos. Exportamos montones de aluminio y no nos importa. Hay un presidente que le saca la madre a Bush para amenizar las noticias de las nueve. El 19% de uno de nuestros países profesa el Islam, y da lo mismo. Sipaliwini no nos dice nada y no queremos que nos diga nada Ronald Venetiaan tampoco nos dice nada y tampoco nos importa. Aquel Centro Espacial, de la Agencia Espacial Europea, es ignorado. El monte Saint-Marcel, a 635 metros sobre el nivel del mar, es inaccesible. .gf, .sr y .gy, no son sufijos de páginas que visitamos comúnmente. “Un Pueblo, Una Nación, Un Destino” es un lema desconocido. Los ríos Esequibo, Cuyuni, Mazaruni y Demerara, así como las cataratas de Kaieteur (226 m de salto) están demasiado lejos. Pero el Papa Juan Pablo II dijo que le gustaba Sudamérica, y nos enorgullecimos.

Zánganos y Zopencos

Políticos zoomorfos y zopilotes, despreocupados por las zubias patagónicas, zumban en nuestras conciencias televisivas y zahieren los intereses del pueblo. Hace poco, el mozalbete Zaldívar se zafó de suerte de la comisión de pesca, y el Zalaquett, atroz, de comuna en comuna, un zabarcero de demagogia, como dice wikipedia. Me enojo, pues, con estos hombres, prefiero una zampoña, o una zambomba, o algo para hacerles zancadillas. Son zancudos, muy lejos del zorzal que dicen ser. Merecen azotes, hundirse en el zoquiaqui y en el azobre, necesitan zozobrar. ¿Los peores?, los que colgaban zurrones de sus hombros, y sus ideales quedaron zopos, y reparten libranzas al extranjero, diciendo que les pertenecen, y zipizapan con la derecha, zapateando esencias inocuas. ¡Zambombazo a los que zancajean por las municipalidades con zancos de cristal!, zascandiles asquerosos, zanguayos, maestros de la zanguangua; los subiría a un zeppelín y los mandaría a Zambia, a todos los zonzos y las zonzas zoófagos que creen en el zodiaco neozelandés que conocieron cuando un zapato les sacó los zaragüelles de sopetón, y con un zapapico creó una zanja, por donde las zarigüeyas lanzaron sus esperanzas y esfuerzos, y si no las lanzaron, las zambucaron, para irse a bailar zarabanda, zorcico y zamba, y agazapados se fueron donde el zar, o a cualquier parte, según el azar y la marca de las zapatillas y aceptaron el tranzar y las alzas, y defenestran la lucha de los zapotecas, y lloran por la azotera exigua, y añoran los zandungueos de los setenta, y volvieron zanquilargos, izando lienzos ajenos y defendiéndose con zorrillos, y todo lo que pensaban lo afianzaron en el zócalo, lejos del azafrán, y le dieron rienda suelta al aznacho inmoral, y apresaron a los lanzadores de azagayas, y llenaron sus casas de azúcar y azulejos, se hicieron amigos de Aznar, olvidaron a Zapata y a Enriquez, y se empezaron a bañar en azahar.

¡A las zarzamoras!

Marx, Carlos; un burgués idealista.

Don Carlos, para el junior; carlito, para la mujercita; papá, para la hijita. La nana, por su parte, le dice “señor”, simplemente, y sin resentimiento de clase. Se levanta muy temprano y se acuesta muy tarde, trabajando arduamente como lo haría Piñera, y está orgulloso de pagarle un veinticinco por ciento más que el sueldo mínimo a sus trabajadores, es que el sueldo mínimo es muy poca plata, y Don Carlos sabe lo que cuesta conquistar el pan (libro que leyó hace años, pero olvidó). Derecho por Kennedy, a la izquierda (como al principio) por tabancura, derecho por Santa Teresa de los Andes, y se dobla a la derecha (en la primera esquina a la derecha) por El Tranque. Cinco habitaciones no bastan: la nana, con su guagua, ocuparon la pieza del fondo, y el nachito con la panchita tienen que compartir una, recién entrando al segundo piso. Y como no alcanzan las piezas, tampoco alcanza la nana, así que carlitos tuvo que contratar al Felipe, un cabro del sur, dice, con estudios y simpático, que cocina mucho mejor que “la nana”, y que sabe hacer menús de dieta, dice la Cristina, que gastaba días enteros buscando en el laptop cómo bajar de peso, pero no podía, por lo que se puso feliz cuando supo que el carlitos contrató al feli, que llega temprano, y tiene sus propios cuchillos. Señora Cristina, para la nana; mamá, para el nachito; gorda, para Carlos Marx. No es que le importune que le diga gorda, pero es una mujer de esfuerzo, y ha bajado varios kilos este año. Se casó por que Marx era un hombre con futuro, y todavía, pero con pasado, y, dice, eso le ayudó a aprender, y a aprehender, porque el carlitos todavía es utópico, asegura, y todas las navidades le regala un pavo (exánime, crudo y decapitado) a cada uno de sus trabajadores. Lo que a la gorda nunca le gustó, cuenta Marx, fue la familia del concubino. Suegra soltera le decía a sus amigas, soltera y comunista. Pero el papá apareció después, como a los veinte años, y se hizo cargo: le pagó una buena carrera en una buena universidad extranjera. Años que para la gorda fueron los mejores, porque, afirma, la gente, el refinamiento, la sutileza de las europas es algo sublime. Además que los hijos mayores quedaron con una buena base para el estudio, y para los idiomas, y al carlitos se le pasó todo eso que tenía, eso de las pistolas y los neumáticos. Y la calle. Carlos cuenta que a él le sirvió mucho la ayuda de su papá, que le ayudó a desprenderse de ciertas cosas que, después, claro, pensó mejor que antes. Y que su mamá, la vieja, como le decía pero no le diría, también le ayudó mucho. Por eso fundó la empresa, para ayudar a la gente de la que la se hablaba en “esos años”, para darle oportunidades a los paupérrimos, una especie de tributo para ese país que quiere tanto, y para su gente, y no sólo de la ciudad, también campesinos, que ganan un veinticinco por ciento más que el mínimo en el fundo, allá en el sur, donde el nachito lo pasa chancho con los chanchos, y con la piscina donde aprendió a nadar. Porque Carlos Marx no es sólo un nombre, es un sentimiento, y Carlos Marx Saavedra Saavedra, como lo llamó su mamá hace más de cincuenta años, lo sabe, asevera. (Algunos nombres en esta historia han sido modificados para salvaguardar la integridad física de sus protagonistas).

Acerca de las guatas, la revolución y la contrarrevolución.

La guata, pese a la particularización social que conlleva, no representa necesariamente a la gordura del humano que la posee; o sea, ni los guatones son gordos ni los gordos son guatones, pues la guata no es más que el pedazo de piel y músculos que se extiende entre las tetas y el pubis, con sus arrugas, separaciones, pelos y ombligo (aunque, como se sabe, no todos los hombres tienen ombligo). Se dice que la peor guata es la de aquellos viejos guatones que, en las tardes calurosas de la época estival, al ritmo de ritmos sandungueros, levantan su maculada polera blanca e insertan su frontera inferior en ese pliegue jugoso nacido del apretujamiento entre su poco masculino pecho y el confín septentrional de su guata. Pero, ¿guata? La palabra guata prorrumpe en nuestro maletín de conceptos mentales a partir de la evolución semiótica del concepto físico watt. Se cuenta que ciertos trabajadores eléctricos, militantes del Partido Comunista, hablaban de Gabriel Gonzáles Videla como el “guata”, así como otros compañeros hablaban del “chancho”, para referirse a Pinochet. El apodo de chancho nació a partir de la cara y los actos del tirano; el apodo “guata” apareció cuando los trabajadores eléctricos de los años de la Ley Maldita compararon la anatomía del fascista con el gráfico tiempo-fuerza de un watt. Sin pensar en los chanchos, hay guatas en todas partes, de izquierda a derecha, de arriba abajo. Lagos tenía guata, y Chávez también; hay mapuches con guata, gitanos con guata, Kim il Sung tenía guata. Yo tengo guata y el director de la Bello Público también. Pero hoy por hoy existe sólo una guata en la patria. Una guata particular, claro, de esas guatas femeninas que se parten por la mitad a causa del pantalón afirmado a la cintura, donde el ombligo desaparece entre los rollos pero siempre está aquella malla de pantie o seda apretada que hace que, además, transpire. Una guata asquerosa, mojada, débil e impetuosa. Fofa. Fea. Supuestamente poderosa. Una guata republicana y ex comunista. Guata gorda y reformada, falsa y mentirosa, vendida y capitalista. Está bien, todos tenemos guata. Pero no todos tenemos la guata fascista de la ex compañera Michelle Bachelet Jeria.

¡Que viva la cesantía!

Hace dos días, el buen Ministro de Hacienda, Andrés Velasco, supo que los niveles de cesantía del país habían subido. Para muchos una mala noticia: más cesantía significa más gente sin trabajo, según entiende el común de los mortales, pero para el buen Andrés no. "Si hay más cesantía es porque hay más gente buscando trabajo, es decir, los chilenos están confiando más en la economía". Así que de ahora en adelante la economía va al revés. Si la cesantía baja, entonces el gobierno estará fallando, pues la gente tendrá menos confianza. Si las gasolinas suben, el gobierno lo estará haciendo bien, pues habrá más circulante. Si la gente protesta por la educación, estará bien, pues demuestra la confianza en la democracia. Ojalá suban los impuestos, para que el Estado tenga con qué realizar proyectos sociales.

Chile Surrealista.

Advertencia: algunos de estos textos fueron parte de la Revista Bello Público, de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile. Todos fueron escritos en mayo. I. En el gobierno de Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, por ese entonces ministra de salud, prometió, frente al país y frente al presidente, que renunciaría a su cargo si no se acababan las colas en los consultorios en un plazo de 3 meses. Como no terminaron, Bachelet presentó la renuncia, pero Lagos consideró que la ministra había hecho bien su trabajo y no la aceptó. En el gobierno de Michelle Bachelet, René Cortázar, por ese entonces ministro de transportes, prometió, frente al país y frente a la presidenta, que renunciaría a su cargo si no se “normalizaba” el Transantiago en un plazo de un año. Como no se “normalizó”, Cortázar presentó la renuncia, pero Bachelet consideró que el ministro había hecho bien su trabajo y no la aceptó. II. Aparecida en los años sesenta, la Nueva Canción Chilena –que mezclaba folclor con ritmos latinoamericanos y llamaba a sumarse a la lucha socialista- fue una de las grandes aliadas de Salvador Allende, tanto en su campaña como en su gobierno. Inti Illimani apareció por el ’67 y cantó algunos de los temas más conocidos de la época. Venceremos, El pueblo unido jamás será vencido y tatatí fueron parte del imaginario nacional que los músicos dirigidos por Horacio Durán impusieron en recitales y actos públicos. El Golpe de Estado los encontró tocando en Italia y permanecieron en ese país apoyando desde la distancia la lucha en contra de la dictadura. Miles de asesinatos y torturas estuvieron a manos de los órganos del régimen. Carabineros, detectives y militares torturaron sin culpa ni pena a los contrarios a sus ideas. Inti Illimani volvió a Chile el ’88 y siguieron tocando juntos hasta 2004. Ese año el grupo se dividió en dos facciones: los históricos, y los nuevos. Los nuevos le cantaron a los trabajadores el pasado 1 de mayo en un multitudinario acto realizado en el centro de Santiago. Los históricos estaban descansando: cuatro días antes habían tocado en la escuela de carabineros, celebrando un aniversario más de la existencia de esta institución. III. Todo Chile está de acuerdo en que el Transantiago es un pésimo proyecto. Mal planificado y mal implementado, ha empeorado la calidad de vida de los chilenos y ha provocado, incluso, el caso de una anciana que perdió los estribos de tanto andar en micro. Las autoridades aseguran que están trabajando en “normalizarlo”, aumentando el número de micros, de zonas pagas y dando incentivos a los choferes más eficientes. Quién sabe qué están haciendo realmente, pero, por lo menos, sabemos que la Subsecretaria de Transporte dedica parte de sus mañanas a distribuir frambuesas por los restoranes del centro de Santiago. Todo sea por las PYMES. IV Según informaciones oficiales, el 22 de abril de 2008 más de 15 mil personas asistieron a una marcha en el centro de Santiago. Desde los partidos más radicales de la izquierda extraparlamentaria hasta la Democracia Cristiana se dieron cita en las calles para quejarse por el fallo del Tribunal Constitucional, que prohibió la distribución en consultorios de la llamada “píldora del día después” por calificarla de abortiva. En el supuesto, este tribunal debe “ejercer el control de constitucionalidad de las leyes que interpreten algún precepto de la Constitución” (artículo 93 de la Constitución de la República de Chile). Este grupo de abogados “destacados en la actividad profesional” (art. 92) consideraron que la repartición gratuita de la píldora afectaba el Derecho a la Vida de los que estaban por nacer. Lo bueno de todo esto, es que la Democracia Cristiana, el PPD y el PS estaban en contra del fallo. De no ser así, las 15 mil personas no habrían tenido derecho a caminar por la alameda. V En Chile, los políticos son personas muy inteligentes. Son tan inteligentes, que no tienen problemas para hacerse cargo de cualquier parte de la administración del estado. Ricardo Lagos no sólo fue Presidente de la República; también fue Ministro de Educación y Ministro de Obras Públicas. Su hijo, Ricardo Lagos Weber, recibió la beca Presidente de la República para estudiar en Cambridge y años después fue Vocero de Gobierno de Michelle Bachelet. Ésta, antes de ser presidente, fue Ministra de Salud y Ministra de Defensa. Jaime Campos fue Presidente de la Comisión de Defensa Nacional y luego ministro de Agricultura. Marigen Hornkol también estuvo en Agricultura, después de ser Embajadora en Alemania y Ministra de Educación. En educación fue sucedida por Martín Zilic, ex Intendente de la Región del Bío, Bío. Otra ex Intendente (de Atacama), Yasna Provoste, fue también Gobernadora del Huasco, Directora del SERNAM de Atacama, Ministra de Educación, y Ministra de Planificación. Jaime Ravinet fue Ministro de Vivienda y luego de Defensa. En Defensa lo sucedió Vivianne Blanlot, quien años atrás había sido directora de la CONAMA. José Goñi, ex mirista, la sucedió en Defensa y la precedió en la CONAMA, y, además, fue embajador en Italia, México y Suecia. Otro Embajador en Suecia fue Álvaro García, ex Ministro de Economía, ex Ministro de Energía y ex Subsecretario de Planificación. Osvaldo Puccio también fue embajador en Europa, le tocó Austria y España, además Brasil y de haber sido Vocero de Gobierno. Como vocero lo sucedió Ricardo Lagos Weber y luego Francisco Vidal, quien había sido Ministro del Interior y Presidente de TVN. Otro presidente de TVN fue René Cortázar, ex Ministro del Trabajo y ex Ministro de Transporte. Además, integra los directorios de D&S, ENTEL y CorpBanca. Antes de Cortázar había estado Sergio Espejo, ex Subsecretario de Electricidad y Combustibles, y ex asesor de los ministerios de Hacienda y Salud. Durante el gobierno de Aylwin fue jefe de gabinete del Ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, quien luego fue senador y Ministro de Relaciones Exteriores. Años después, Soledad Alvear estuvo en Relaciones Exteriores, después de haber paseado por el SERNAM y por el ministerio de Justicia. Años después, el radical Isidro Solís tomó la cartera, después de haberse desempeñado como Subsecretario de Minería y Subsecretario de Aviación. Mario Fernández también fue Subsecretario de Aviación, además de Ministro de Defensa. Hoy es parte del Tribunal Constitucional. Así es como en Chile se puede hacer “carrera política”. Éstos sí que son políticos. VI. Después de diecisiete años de democracia, la Constitución Política de la República de Chile sigue siendo la que se aprobó a través de un fraudulento plebiscito durante la dictadura de Pinochet. Se entiende esta constitución como “presidencialista”, siguiendo, supuestamente, una “larga tradición portaliana”. Ricardo Lagos modificó la constitución bajando de seis a cuatro años la duración del cargo de Presidente de la República. Es extraño que en una constitución “presidencialista”, el presidente dure cuatro años, los senadores ocho y los magistrados del Tribunal Constitucional nueve. Y si tomamos en cuenta que los Ministros de la Corte Suprema están ahí “hasta que cumplan 75 años” el presidencialismo se nos va a la mierda. VII. De conformidad con lo dispuesto en el Código Orgánico de Tribunales, que es la ley orgánica constitucional de los tribunales, el tratamiento que recibe la Corte Suprema es de “Excelencia”, y sus ministros, al igual que los de las Cortes de Apelaciones y los Jueces de Letras, tienen el tratamiento de “señoría”. VIII. Según la última encuesta Adimark, el 15% de los chilenos se siente identificado con la Alianza, mientras que el 13% se siente identificado por el Pacto Juntos Podemos. Pero la representación que estas coaliciones obtienen en el parlamento no se condicen con estos resultados. De los 38 puestos en el senado, la Alianza ostenta 16; el Juntos Podemos ninguno. De los 120 puestos en la cámara, la Alianza ostenta 53; el Junto Podemos ninguno. 886 concejales tiene la Alianza; el Juntos Podemos 89. 104 alcaldes tiene la Alianza; el Juntos Podemos 4. Entonces, hay sólo dos posibilidades: o la empresa Adimark hace muy mal sus estudios; o el dictador hizo muy bien su constitución.

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