Nada especial

Iba a decirte que te amo, que te pienso y que quiero conocerte más.
Iba a decirte que te necesito, que me siento mal sin ti, que me siento solo.
Iba a decirte que me molesta no verte todos los días.
Iba a decirte que me encandilas, que me excitas, que me calientas, que me provocas.
Iba a decirte que te recuerdo, que te imagino.
Iba a decirte que cuando camino por la calle siento montones de olores, y que la mayoría de ellos me recuerdan a ti.
Iba a decirte que cuando leo algo voy relacionándolo todo contigo.
Iba a decirte que me molesta saber que existes, y que andas por ahí sin mí.
Iba a decirte que es insoportable que no estés aquí.
Iba a decirte que te vinieras para acá.
Iba a decirte que me avergüenza decir estas cosas.
Iba a decirte que emborracharme es mucho más fome cuando no estás.
Iba a decirte que me fascina el recuerdo de tu espalda.
Iba a decirte que me parece que sin ti nada de esto tiene demasiada importancia.
Iba a decirte que sería mucho mejor saber que te voy a ver en el corto plazo.
Iba a decirte eso, y un montón de otras cosas.
Iba a decírtelo varias veces.
Pero me di cuenta que, tanto como te lo puedo decir a ti, se lo puedo decir a un montón de otras gentes.
Pero me di cuenta que puedo decirle muchas cosas a mucha gente.
Pero me di cuenta que si estuvieras disponible para mí, no iría.
Pero me di cuenta que nada tiene demasiada importancia, de una u otra forma.
Pero me di cuenta que me fascina el recuerdo de un montón de espaldas, y de abdómenes, y de omóplatos, y de ombligos.
Pero me di cuenta que cuando estás todo es igual de fome.
Pero me di cuenta que no me gustaría nada que invadieras mi espacio.
Pero me di cuenta que todo es insoportable.
Pero me di cuenta que me molesta que mucha gente ande por ahí sin mí.
Pero me di cuenta que cuando leo todo se va relacionando con todo.
Pero me di cuenta que hay muchos olores que me recuerdan a mucha gente.
Pero me di cuenta que pienso en mucha gente, que recuerdo a mucha gente, que imagino a mucha gente.
Pero me di cuenta que me avergüenzo hasta de mi inconsciente.
Pero me di cuenta que vivo encandilado, excitado, caliente y provocado.
Pero me di cuenta que me molesto todos los días.
Pero me di cuenta que amo a muchas personas, hombres y mujeres, que a casi todo el mundo quiero conocerlo más.
Pero me di cuenta que necesito a mucha gente, que me siento mal casi siempre.
Pero me di cuenta que igual me voy a sentir solo.

Y me di cuenta que a ti igual quiero decírtelo. Y, además, te voy a decir que es raro que, habiendo tanta gente en todas partes, yo quiera decirte esto sólo a ti.

Y voy a terminar diciéndote que me da lo mismo sonar así de mamón.

Un

Un Krishna entregó un currículum en un matadero. Un ex agente de la DINA fundó una agrupación de derechos humanos. Un primer ministro se declaró anarquista. Un latifundista, comunista. Un terrateniente, socialista. Un empleado público, liberalista. Un obrero, capitalista. Un vagabundo votó por Bush. Un discapacitado se cayó en una cuneta. Un estudiante trabajó. Un poeta escribió una novela. Un chofer de micro bailó tango en Brasil. Un cristiano armó una barricada en Burkina Faso. Un empresario regaló billetes en público. Una monja se vistió de seda. Una puta se vistió de monja. Un drogadicto se rehabilitó. Un aspirante a enfermero estudió ingeniería. Un payaso casó una pareja. Un periodista lo descubrió. Una pareja se le insinuó a otra. Un cantante bailó. Un bailarín se murió. Un arquitecto se informó. Un televidente se atontó. Un borracho se incineró. Un capitán de barco sacó licencia de conducir. Un choro del puerto se indigestó. Un fiestero se sintió mal. Un periodista se observó. Un cineasta se prendió. Un informático se lanzó al vacío. Un cura se masturbó. Un dentista imaginó. Un médico se desinformó a propósito. Una bataclana cantó una oda a la primavera en medio de su show. Una casa se quemó. Una planta meditó y conoció las ocho lunas de un planeta lejano. Una fiesta se armó. Un joven asistió. Una turba se emborrachó. Un viajero se integró. Un caminante caminó, armó su camino y se fue. Un travesti de vistió de hombre y cantó noches de sífilis en la ciudad. Una mujer vestida se rojo se rió con él. Un comprador fue engañado dos veces en la misma situación. Un amigo cantó con el travesti. Un gordo se rió con la mujer de rojo. Un corazón explotó. Una vejiga se consumió. Una hostal recibió a alguien. Un hombre cualquiera se fumó un porro. Un fumador se subió a un taxi. Un taxista se durmió. Un pisconauta se molestó. Un manifestante se arrepintió. Un carabinero se reconcilió. Un político se asustó. Un indigente levantó su cuerpo del suelo.

Y así, había mucha gente haciendo muchas cosas, en todas partes, de todas las formas.

Y uno ahí, mirando.

A propósito del amor.

Te amo, y quiero casarme contigo. Quiero hacer eso porque quiero compartir mi vida entera contigo, quiero dártela entera, como la CUT, quiero conocer música y desechar música contigo, quiero ver una película, contigo durmiendo a mi lado, y después dormir. Quiero verte día a día y quiero reírme de toda la pintura que te pones y de todo lo que cuesta sacártela en las noches. Quiero sentir tu olor cuando te acuestes. Quiero tener un hijo, y quiero que se case, y quiero que seamos felices viendo lo lindos que son nuestros nietos. Quiero sentir tus manos en mi cara, a veces, y quiero que, a veces, me sirvas la comida, el desayuno, que me atiendas, y yo atenderte. Quiero saber, dentro de cuarenta años, que estuve cuarenta años pensando en ti, y sintiéndote cerca. Quiero hacerte feliz con todos mis recursos, quiero que me exijas y quiero exigirte; y quiero que pase tantas veces que las cosas que yo te exija sean obvias para ti y que las que tú me exiges sean obvias para mí. Y no me importa que las cosas no sean perfectas. No me importaría que tú conozcas una música y yo conozca otra, y que no nos importe. Me daría lo mismo estar durmiendo cuando te acuestas, y levantarme durante tu sueño. Me daría lo mismo odiar tus pinturas matutinas y tus cremas nocturnas. Me daría lo mismo odiarte, y tener un hijo alcohólico. Me daría lo mismo sentir tus manos empuñadas en mi cara, y vivir durante años con una marca en mi nariz. Me daría lo mismo no poder satisfacerte sexualmente durante la vejez, ni durante la adultez, ni durante la juventud. Me daría lo mismo sentir tus golpes diariamente, y no me molestaría que nuestro hijo alcohólico golpee a su mujer, ni saber que eso lo aprendió de ti. No me interesaría dejar de quererte y de respetarte, ni que tú hagas lo mismo, ni asquear tu olor genital, ni horrorizarme con tu cara cada noche. Me daría lo mismo morir contigo odiándome a mi lado, y yo odiándome por haber compartido mi vida contigo. Me daría lo mismo que mis exigencias te parezcan absurdas y que las hagas para evitar conflictos, y lo mismo conmigo, escuchándote y odiándote y haciéndolo. No habría problemas con nuestros nietos bellos, pero insoportables, gritones y despreciables, ni con tu arribismo ni con todo lo que odiaría de ti, por que te odiaría, y tú me odiarías. Quiero que nos odiemos mutuamente, que nos detestemos, que nos obliguemos y que nos exijamos, que nos golpeemos y que no nos reconciliemos, y que vivamos así. Quiero vivir esa vida, y quiero vivirla porque en este momento quiero y siento que debo enamorarme, y tú no pareces tan mal para una persona como yo.

Él cantó y nosotros lo escuchamos

Había llegado a mi casa un amigo de otra ciudad. Había venido con su polola, así que tuve que prestarles mi cama y dormir yo en el sillón para que pudieran manosearse tranquilos. A mí no me molestaba acostarme en el sillón, excepto porque a tempranas horas de la mañana empezaba a pasar gente a mi lado, y siempre me parecía que les daba lo mismo que yo estuviera acostado y durmiendo. Hacían ruido y yo me molestaba, pero no les decía nada, porque a fin de cuentas era problema mío que un amigo mío hubiera llegado a mi casa a acostarse en mi cama. No era un problema del resto de la familia, así que yo callaba.

Era una de las primeras veces que trabajaba en mi vida, y estaba en mi segunda semana de trabajo cuando mi amigo llegó con su polola. Yo pensaba que de verdad tenía que “rendir” en mi trabajo, así que salía temprano y hacía todo lo posible para hacer hartas cosas y que todas quedaran bien. Más adelante me empezó a dar lo mismo, pero cuando estaba mi amigo yo salía temprano y volvía tarde, así que no pude compartir mucho con él.

El primer día que llegó, que fue una tarde de domingo donde yo me esforzaba por recuperarme de la noche anterior, lo fui a buscar al terminal de buses y fuimos a ver el mar. Compramos unas cervezas en lata y encontramos un lugar donde estacionar el auto y un poco más allá una buena vista al mar. Hacía frío y empezaba a llover, pero con mi amigo nos quedamos comentando unas cosas y otras mientras tomábamos una fría lata cada uno. Después nos comimos unos panes.

Ya en mi casa, parece que comimos algo, no recuerdo bien. Después queríamos fumar y salimos al patio trasero a hacerlo. Fumamos un cigarro y mi amigo me comentó que tenía marihuana. Así que armé o armó un cigarrillo de marihuana y lo fumamos. Sentí cómo el humo pasaba directo de mis pulmones a mi cabeza y la desaceleraba. Nos tomamos las cervezas que nos quedaban y decidimos ir a comprar más. Fuimos a un supermercado caminando y compramos, y luego volvimos. Me acuerdo que hablábamos harto, pero no sé acerca de qué. Cuando llegamos de vuelta nos sentamos casi en la misma posición que habíamos estado antes. O sea, yo sentado y él de pie; tomamos más cerveza y fumamos más marihuana. No era malo.

Como decía, mi amigo llegó un día domingo, y yo trabajaba de lunes a viernes, así que en toda la semana sólo conversábamos un poco en la noche, cuando yo volvía y él estaba en mi casa, con su polola. Su polola era más bien callada, así que, por lo general, yo hablaba sólo con él, agregando ella uno que otro comentario de cuando en vez.

No pude compartir con mi amigo como dios manda hasta el día viernes. Yo iba a emborracharme por ahí, pero mi amigo tuvo algún problema que no recuerdo y se quedó en la casa. Yo salí de todas maneras. Al día siguiente, el sábado, tenía que hacer un trabajo corto, pero a una hora horrible: desde las 21:00 a las 0:00. Lo hice, entonces, y llamé a mi amigo, invitándolo a beber conmigo y con otros amigos y con las pololas de los otros amigos y con uno que otro desconocido.

Llegamos a la casa donde sucedieron los acontecimientos a eso de las 0:30. No había mucha gente, pero a cada momento llegaban más. Creo recordar un pick de 15 personas. Un grupo fue a comprar el alcohol y volvió. Yo estaba en el grupo, y no había nada muy interesante que conversar o comentar. Cuando volvimos tampoco había nada. Todos estaban callados y yo callaba con ellos. Mi amigo y su polola se sentaron y callaron juntos, o hablaron despacio, entre ellos. El resto echaba miradas cómplices sobre los otros y sonreían. Eran silencios largos, pero cómodos. Eran silencios que, al final, no significaban nada.

Pusimos las bebidas sobre una mesa, en el patio, donde estaban todos, y empecé a preguntarle a la gente qué querían tomar, y, según sus respuestas, servía unas cosas u otras. Cuando terminé de servir ya había varías conversaciones instaladas en el ambiente. Ya se escuchaban las risas y las quejas de las mujeres. De pronto, una de ellas, que era polola de un hombre de ahí, saltó, gritó y corrió tapándose la cara. Se dio vuelta y dijo:

-Ella tiene una araña en la espalda.

Así que el pololo de una y el pololo de la otra se pusieron de pie, miraron la espalda de la mujer, empujaron la araña hasta el suelo y alguno puso su zapatilla sobre su leve existencia.

Yo a esa altura estaba conversando con un semidesconocido acerca de la crisis económica mundial. No lo estaba pasando demasiado bien, pero tampoco me aburría. Pasaban cosas. La gente se servía más bebidas. Algunos prendían cigarrillos. Otros caminaban para allá y para acá. De vez en cuando alguien se paraba e iba al baño. Unos conversaban a gritos y otros conversaban a susurros. Yo estaba contento, viendo movimiento y sintiéndome mareado.

Gran parte de la convivencia se desarrolló ahí afuera, frente a la puerta de entrada a la casa, por donde uno podía subir al baño, o pasar a la cocina, luego a una pieza y luego a otro baño. Estábamos ahí y nos mirábamos y nos hablábamos. Pero más tarde las miradas y las palabras se me hacían incomprensibles, así que tomé la sabia decisión de acostarme en una cama, pensando en lo feo que sería caerme en el patio.

Cuando me acosté no pensé en casi nada. Recuerdo que subí a una pieza y traté de sacar un colchón que había debajo de una cama mientras alguien me pegaba patadas en la espalda. Después bajé las escaleras y me acosté en un sillón. Al rato llegó una persona muy amable que me pidió que me moviera de ahí de tan buenas maneras que fue imposible negarme. Finalmente reposé en la cama de un amigo, que había estado trabajando durante el festejo.

Dije que no pensé en casi nada porque debí haber pensado en mi amigo que estaba quedándose en mi casa. No pensé en él, pero él si pensó en mí. Y cuando quiso irse se me acercó y, sin ver respuestas concientes en mi persona, sacó las llaves de mi casa desde mi bolsillo, pidió instrucciones para llegar, y se fue. Al otro día me contaron que anduvo perdido y llamando por teléfono para recibir nuevas instrucciones.

Horas después yo soñaba con la polola de un amigo. Por esos días yo estaba involucrado con otra mujer, y mientras soñaba con esta señorita mi cabeza daba fuertes giros occidentalizados pensando en que no debería estar con dos mujeres al mismo tiempo. Mi cabeza me decía eso y mi subconsciente me mostraba sobajeos y agarrones. Era un buen sueño.

El sueño se acabó cuando sentí un movimiento muy cerca de mí. Eran algo así como las 11:00 am y el dueño de la cama donde yo dormía se estaba levantando. Más tarde supe que cuando llegó, a eso de las 5:30 am, me vio en su cama y me sacó los zapatos para que durmiera más cómodo. Luego se acostó a mi lado.

En ese momento me desperté y lo miré. Él me dijo algo que no recuerdo y yo le respondí otra cosa que no recuerdo. Ni siquiera me acuerdo si fue algo cómodo o incómodo, si pensé en algo o qué. Intercambiamos ese par de palabras, lo vi levantarse de la cama, lo observé unos segundos haciendo algo de espaldas a mí, y volví a los sobajeos oníricos.

Horas más tarde, cuando los conflictos polígamos estaban bien lejos, sentí algo caliente que hacía un círculo alrededor de mi boca y nariz. Entreabrí los ojos y vi al dueño de la cama donde dormía muy cerca. El círculo eran sus manos, y un humo blanco entraba por mis pulmones sin poder evitarlo. Estaba confundido, me dolía el cuerpo, se me quebraba la cabeza y me costaba respirar, pero cuando sentí ese olor hice lo posible por mantener la fumada dentro de mí tanto como pudiera.

Riéndose, mi amigo se alejó y entró a la cocina. Me desperecé y lo seguí. Había unos cinco o seis hombres sentados alrededor de la mesa, y tomé posición junto a ellos. Mi estado era deplorable. No sólo me dolía todo y me costaba respirar, además expelía un sudor pegajoso, mis ropas estaban sucias y rotas, mi boca tenía un sabor vomitable, mi lengua completamente blanca y mis dientes llenos de sarro. En eso, un amigo me toca el hombre y me dice:

-Estás destrozado.

De pronto estaba jugando ajedrez. Tengo un amigo que es muy bueno, y, mientras alguien me servía un vaso lleno de alcohol y gaseosa, otro hombre llenaba una pipa de marihuana, ganó tres partidas simultáneas. Uno de los perdedores fui yo. El vaso que depositaron frente a mí fue mortal. Ahora que lo pienso, ni siquiera me acuerdo bien de habérmelo tomado, la única información que tengo era la sensación de mi cuerpo. Bebí el vaso y fumé muchos cigarrillos y aspiré mucha marihuana en pipa. Luego tomé más alcohol, pero no puedo definir cuánto.

Lo que pasaba ese día era extraño. Éramos cinco, seis, o siete personas, sentadas alrededor de una mesa, un día domingo, con sol y una temperatura agradable. En algún momento comentamos eso. Unos decíamos que la situación era rara otros respondían que nosotros éramos raros. Yo creía en ambas opciones.

Todo esto empezó, creo, como a las dos de la tarde. Me parece que a eso de las tres y media pasó algo sorprendente. Un amigo, que no sé si es un amigo, porque no lo conozco mucho, pidió silencio, porque su celular estaba sonando. Rápidamente nos callamos, pensando que él consideraba que sería mejor que quien lo llamaba no supiera en qué pasos andaba. Yo, en realidad, me callé para dejarlo mentir. También lo había hecho, aunque por lo general me habría ido al patio, para que nadie escuchara cómo miento. Entonces pensé que si él estaba haciendo eso, era porque pensaba que mentir no era algo malo, así que le deba lo mismo que lo escucharan. Alguna vez había conversado profundamente con ese hombre, y me parecía una persona inteligente, así que cuando imaginé sus apreciaciones acerca de la mentira, me pareció algo enormemente evolucionado, y lo envidié un poco.

Contestó el teléfono, saludó y se poso a contar lo que estaba haciendo.

-Estoy donde unos amigos, nos estamos fumando unos pitos y tomando unas piscolas. Más rato me voy para allá.

Habló durante varios minutos, con toda franqueza. Contó quiénes estábamos, lo que habíamos hecho, lo que hacíamos, lo que haríamos. No escondió nada. Entonces comenté lo extraño que era lo que estábamos haciendo. Era como si quisiera que escucháramos lo que hablaba. Yo no entendía y me puse a intentar concretar una conversación con otra persona, pero él pidió silencio de nuevo. Callamos. Yo lo miraba sorprendido. Él hablaba y hablaba y eran únicamente asuntos que no me interesaban.

Cuando al fin calló, empezó a llenar una pipa con marihuana y comentó que pedía silencio para poder concentrarse en la conversación. Según dijo, si había dos conversaciones al mismo tiempo las confundía y contestaba cualquier cosa a cualquier pregunta. Reímos un poco y fumamos marihuana.

Reíamos, fumábamos, bebíamos y yo me quejaba y me lamentaba de mis múltiples dolores. El del teléfono de vez en cuando nos miraba a la cara y nos decía:

-Para qué vamos a estar volados, si podemos estar más volados.

Entonces sacaba más de su marihuana y su pipa y armaba y fumábamos. Fumamos toda la tarde, y el telefónico siempre tenía más. En algún momento llegó una guitarra y el inalámbrico la tomó y tocó algunos acordes. Alguien el pidió una canción, y él accedió. Él cantó y nosotros lo escuchamos. Después dejó de cantar y armó una pipa. Él las armaba y todos fumábamos. Le pidieron otra canción y volvió a cantar. Cantó canciones que me gustaban. Canciones conocidas y no tan conocidas, y canciones que yo conocía y otras que no conocía. Pero las que conocía me gustaban de antes y las que no me empezaron a gustar ahí.

Y así pasó la tarde. Nos volábamos y él cantaba. Al principio, cuando cantaba, nosotros escuchábamos. Después, él cantaba y nosotros conversábamos, nos reíamos, nos empujábamos, nos insultábamos. En algún momento salió la idea de ir a hacer lo mismo que estábamos haciendo a otra parte. Yo no habría tenido tanto problema, pero la mejor idea que surgió fue salir al patio. Miramos, vimos el sol y pensamos en sacar las sillas. Yo pensé en ponerme de pie, levantar la silla, hacerla pasar por sobre la mesa, cruzar dos puertas, saltar una cerca y sentarme al sol. Deseché la idea personalmente y la desechamos como grupo.

Cuando mi organismo no aguantaba más, pensé en mi amigo que estaba en mi casa. Ahí pregunté qué había pasado y me contaron de las andanzas de él y las mías. Supe que se había ido y pensé que debía volver yo también a mi casa. Así que me levanté y caminé. Mi amigo había llegado en la noche y había vomitado el baño. Mi familia me reprendía por mi olor a alcohol.

Mi amigo se fue de mi casa y de la ciudad esa noche, o la siguiente. Era un buen amigo, pero habíamos compartido poco. Creo que todavía es un buen amigo, pero compartimos poco. Esa noche me acosté y en la madrugada recibí una llamada. El telefónico y los demás seguían bebiendo, y bebieron hasta altas horas de la mañana del día lunes. El día miércoles me enteré que también habían bebido el martes en la noche.

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