El señor es contigo

Iba a escribir esto: “El dios cristiano puede ser entendido, según los conceptos bíblicos, de tres maneras diferentes. La primera de ellas es la visión ‘hombre estúpido-dios timorato’, y se basa en la visión de que dios es un ser misericordioso y triste, es decir, que se alegra con la salvación y se lamenta cuando alguien peca, pero no actúa con una especie de sentimiento crítico hacia el hombre; lo retrato con la imagen de la mamá que es incapaz de enojarse o regañar a su hijo porque lo ama demasiado. La segunda definición es la ‘hombre pensante-dios crítico’, que sitúa a dios como un padre drástico pero pensante, que, dentro de esa especie de incapacidad de acción divina en la tierra, se enoja y se molesta con sus hijos, o se alegra, como un papá diciendo ‘hijo’e tigre tenía que ser’. Por último, la visión ‘hombre crítico-dios esquizofrénico’ muestra al señor como un hombre malísimo y egocéntrico, desesperado por sentir amor, que creó un mundo para que lo amara, y quienes no lo hagan se quemarán eternamente en el infierno; se visualiza un dios psicópata e histérico, parafernálico y estruendoso.”

Pero lo pensé y me dije: “Si tengo un blog que actualizo periódicamente, es porque me parece que puedo escribir una que otra weá que haga que alguien piense alguna weá que me interese que piense, o sea, es una forma de contacto social, un idioma distinto, aunque con los mismos símbolos. Y si me parece todo eso, entonces escribir una tontera que me parece razonable acerca de dios, y del cristianismo, y de la Biblia, y de toda esa mierda que detesto como tantas otras cosas que detesto, es como no escribir nada, porque no voy a estar buscando que alguien piense en esa idea, porque no me interesa que la gente piense en las ideas crisitianas. Y, como escribir eso es lo mismo que escribir nada, preferí escribir un relato en el que sucedan estos pensamientos.”

Entonces empecé a darme cuenta de que leer la biblia es un poco más peligroso de lo que me parecía hace unos días. Por otra parte, combinar la sustancia bíblica con sustancias materiales crea momentos agradables, mas los desagradables existen, como en el mundo real. Pensé, después de pensar lo primero que escribí que pensé, en dejar de leer la biblia, (el Word me quiere obligar a escribir “biblia” con mayúscula, pero lucho contra él) cosa que me parecía razonable, porque no sería nada de raro que a través de 2000 años de existencia bíblica los curas hayan cambiado ciertos párrafos y cosas así para que se pudieran entender cosas más perversas y poder aplicarlas para sentirse poderosos, o sea, los curas y los derechistas conservadores deben haber cambiado la biblia para su beneficio propio. Pero me di cuenta que la humanidad pre bíblica no era tan buena tampoco, y que durante los años de la biblia el mundo no había reducido su violencia y su sangre, sino que había estado cambiando de formas de aplicarla, para que se note más o para que se note menos, según la situación. Al fin, se me ocurrió que, en vez de leer la biblia, cuyos seguidores son puros giles, podría leer a buda y las inquietudes y mensajes hinduistas, tibetanos, budistas, zen, o esas culturas a las que uno, por algún extraño motivo occidental, respeta. Terminé leyendo nada.

(Cada vez que dice “biblia” hay unas líneas rojas bajo la palabra.)

Con un barco adentro

A las 17:00 en punto se metió la primera mitad. A las 19:00 no la hacía efecto, y, siguiendo los consejos del vendedor (que en realidad los había obtenido de quién sabe quién), se adentró la otra mitad. A las 19:30 se enojó y empezó a escuchar el segundo movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. A eso de las 19:35 apareció Vivaldi y las estaciones. Escuchó la primavera. A las 19:45 escuchó el Verano. A las 19:55 escuchó el Otoño. Entre esa hora y las 19:59 las paredes de madera respiraron a su ritmo. A eso de las 20:00 le pareció escuchar la voz de su hermana, que esa misma noche se marchaba a tierras lejanas. Lloró. Sin pensarlo demasiado tomó una buena cantidad de dinero y cruzó las puertas diciendo, en voz baja, “ahora o nunca”, y, en voz alta “no se preocupen, voy a ver a mi hermana”.

Después de varias cuadras de caminata apareció un taxi, que se detuvo frente a él y le permitió ingresar su presencia al movimiento. Minutos más tarde su existencia aterrizaba en el cemento y su cuerpo volaba observando los extraños colores que la luz del sol mezclaba con la luz de la atmósfera. Sus manos se le salieron y caminaron solitarias por el pavimento; sus pies desnudos mostraban tantos callos que ni un indígena querría mirarlos; sus ojos se llenaban de líquidos incomprensibles; sus intenciones brotaban como relámpagos absurdos desde su conocimiento.

Segundos más tarde se detuvo unos segundos a llorar. Segundos más tarde se levantó y caminó. Segundos más tarde se detuvo unos segundos a llorar. Segundos más tarde volvió a caminar y luego se encontraba en un pasillo frente a dos mujeres risueñas.

-Claro… uno entero acongojado y el par de weonas cagás de la risa.

Pasó una micro en la esquina. Pasó otra. Una de las mujeres se subió y la otra lo abrazó y lloró, mientras las palabras brotaban invertebradas de su boca.

-…y no te hagai nazi, porque los nazis odian a los gitanos, que son la gente más contenta del mundo.

Después de esas palabras volteó su representación y caminó hacia el este. Se arrepintió y caminó al oeste. Llegó a un departamento y, bicicleta en mano, le preguntó a la bicicletera si quería ahogar sus penas en alcohol. Frente a la respuesta negativa se alejó indeciso. Minutos más tarde aparecieron dos hombres conocidos con instrumentos musicales pesando sobre sus humanidades. Gritaron y acordaron ahogar las penas justo después de la historia del guatón gay y el taxi boy fornido.

Las caipiriñas no eran de su estilo, pero bebió una con uno de los borrachos y otra con un par de borrachas. Se cambiaron de bar. Se cambiaron de bar y comenzaron a golpear sus vasos gritando “Prosit”. Cuando se quebró el primero empezaron automáticamente a cantar cumpleaños feliz y el doncello se lo regaló. Después de un rato les ofreció su útero en arriendo. Más tarde llegó un jamaicano absolutamente chileno y compartieron su suave alcohol burbujeante con él. Al preguntarles, como conjunto, acerca de su forma de visualizar el mundo, uno de los suyos dijo:

-Yo hago. -Yo pretendo. -Yo imagino. -Yo cago.

Tembló y no pudieron contener la risa. Luego aparecieron los músicos y, mientras unos los defendían y otros los desamparaban, conocieron al Rubén Darío, el Daniel y ese que siempre fue un desconocido silencioso. Hablaron poco, pues siempre había interrupciones y molestias al proceso. El jamaicano, que iba y venía, lo empezó a mirar feo y le dijo cosas de las que se arrepintió.

De pronto no había nadie más, había una bicicleta, una caminata y sexo, más sexo del que deseaba. Amanecer, luces y sol. Calor. Triángulos en el techo. Estuvo varios minutos disfrutando de esos triángulos y otras formas geométricas mientras la araña imaginaria (que era una mancha, una imperfección) caminaba para allá y para acá sin lograr asustarlo o molestarlo. Luego las partes del techo se introducían en él mismo y volvían rápidamente. Muchas partes en muchos lugares distintos, muchos techos yendo y viniendo, volando y resistiéndose.

Rápidamente un documental, unos escritos, unas gatas, unas maletas, unas duchas, un papá, una escoba, un poco de llanto ajeno y un bus. A las 11:00 daba un examen; a las 14:30 se enojaba con el profesorado; a las 15:00 conversaba con un negro; a las 15:15 hablaba con una borracha; a las 16:00 fumaba marihuana; entre 16:20 y 17:31 dormía en un sillón con una gata y una perra. A las 17:32 hacía las maletas y ordenaba su habitación. A las 19:20 entregaba droga en un paradero. A las 19:30 veía a un personaje familiar. A las 21:00 tomaba un bus y se alejaba de esa horrenda ciudad.

A eso de las tres de la mañana una niña de pocos años lloró en el bus y lo despertó, cosa que lo ofendió profundamente. Su reacción pasiva frente a la ofensa le ayudó a dormir nuevamente y comenzar a vivir un verano aleatorio, impreciso e incognoscible, junto a unos y otros, que terminaría en tragedia si es que no cambiaban un par de cosas innecesarias.

Vodka

No me acuerdo cómo llegué a esa situación ni cómo salí de ahí, ni en qué parte de qué ciudad estaba, ni quiénes eran los que me rodeaban. Estaba en un carrete y sólo había dos conocidos, cuyos nombres dejaré en secreto para salvaguardar la integridad física y psicológica de ambos.

Ambos eran (son) novios. Eran novios en esa situación. En realidad, la gracia es que no eran novios; es decir, yo estaba carreteando con mi amigo y su ex polola, pero había más gente, así como veinte personas más, o treinta, y habían algunos bailando y todo parecía así súper entretenido. Y yo también estaba súper entretenido, porque estaba con amigos que yo sabía que eran mis amigos pero no sabía quiénes eran. Quiero decir que sólo tenía la certeza de que eran amigos, nada más que eso.

Eso era entretenido igual, porque eran de esos amigos que son buenos amigos pero que uno sabe que no necesita ni llamarlos ni nada y que no se van a sentir mal si los llamas después de cuatro meses sin contacto para invitarlos a emborracharse. Me rodeaba ese tipo de amigos, mi amigo cuyo nombre no mencionaré, y su, ahí, ex polola; acá, polola, con todas sus letras. Pero esto no se trata de acá sino de ahí.

Ahí estaba yo y la fiesta se estaba poniendo buena y yo me sentía poner bueno con ella. Había cerveza, y yo había tomado bastante cerveza, y de pronto empecé a tomar vodka piña, en un vaso de esos que son como de película gringa donde hay un hombre ocupado y serio que va el viernes en la noche a tomarse unos tragos de whisky antes de irse a su casa a ver a su horrenda mujer. Entonces yo estaba ahí con mi vaso, sintiéndome como un hombre estadounidense ocupado, cuando de pronto empezó a pasar lo inesperado.

Inesperado para mí en esa situación, porque cualquier persona con una mínima comprensión lectora ya habrá entendido de qué es que se trata esto. Y justamente se acerca la ex polola de mi amigo y, no sé cómo, de pronto estábamos bailando, cosa que no hago regularmente; y, tampoco sé cómo, de pronto estábamos como en medio de un baile de cortejo. Me refiero a que ella me cortejaba a mí y yo la cortejaba a ella.

Ella me miraba y yo me acercaba, y una cosa lleva a la otra y la otra a la siguiente. Pero yo no llegué tan lejos. Me acuerdo que mientras bailaba con ella estaba constantemente pensando en toda la problemática moral y social que significa cortejar a la ex novia de tu amigo, más que porque me molestara a mí, porque le podía molestar a él. Más tarde pensé que yo no quiero pensar así; después volví a pensar así; después había tomado demasiado vodka; y después pensé que los sucesos posteriores fueron causados por los anteriores; como todas las cosas del mundo, que primero son de una forma y después se dice que eso evolucionó.

Evolucionó la situación y yo que me acercaba más y más a ella. Pasó algo que ahora me parece muy tonto, aunque en aquella situación parecía ser lo adecuado. Sin saber si tirarme a la piscina o no, decidí acercar mi cara a la suya tanto como para que, si ella quería tomar la iniciativa, no le costara nada. Entonces me acerqué y me acerqué, y ella, dejándome hacerlo, mirándome a los ojos, pasó sus labios por sobre los míos. Quiero decir que sus labios se replegaron con los míos, pero ninguna de las bocas se abrió, la suya no sé porqué no lo hizo, la mía no lo hizo porque estaba esperando que la otra lo hiciera. Recuerdo incluso que su boca pasó desde mi izquierda hacia mi derecha.

Derechamente decidido a actuar, tome su nuca con la mano derecha, su cintura con la izquierda, y la besé. Sólo recuerdo que era una situación agradable en muchos sentidos, mas no en todos. Digo “sólo” porque a partir de ese momento hay algún período de tiempo que no sé si no lo recuerdo o si nunca existió. Me hallé, entonces, sentado en una mesa, de madera, rodeado de gente. Entre la gente estaban esos amigos y ese amigo. Yo, incómodo, no sabía bien qué hacer. Y la mujer que besé estaba a mi izquierda, sentada sobre algo más alto, y abrazándome. Ella me abrazaba y yo intentaba que no se notara; ella se reía y yo hablaba.

Hablando algo relacionado con la constitución del estado israelí hace cincuenta años, miré a mi izquierda, hacia la ex polola de mi amigo. La vi y ella me vio, y nos miramos un rato. No sé qué estaba mirando ella, pero yo estaba mirando que ella ya no era ella, sino él, tenía el pelo corto, crespo y medio colorín, la cara cuadrada, y unos cuantos otros aspectos que no vale la pena mencionar. La (lo) miré otro poco y decidí que eso no era cierto. Así que seguimos con el tema del sionismo sanguinario, con el vodka, unos cigarros. Seguimos en eso y después ya sólo estaba aquél hombre de pelo largo que me hablaba mal de los israelitas, el vodka, y yo. Hablaba mal de todo y yo me sentí identificado, así que me paré y me retiré. Me retiré indignado.

Otras volás

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