A propósito de la familia y el nomadismo.


desde el patio
Cargado originalmente por Rigoberto Gonzáles
La familia, como concepto cristiano-occidental, es una tontera incomprensible. No sé cómo a alguien alguna vez se le ocurrió que era esa la mejor forma de mantener a una sociedad estable. Podría aquí, para criticar “científicamente” a la familia, apelar a las cifras estadísticas de femicidios, divorcios, separaciones, etcétera; pero me esforzaré en plantear más una solución que una crítica, sin defenestrar ni alabar ni a la una ni a la otra.

Resulta que si nos declaramos liberales en el ámbito sexual y libertarios en el ámbito político-social, es decir, si declaramos que la búsqueda de la libertad es el concepto fundamental desde el cual se rigen nuestras acciones individuales y sociales, no podemos caer en la verticalidad estructuralista que nos impone el concepto de familia, tan fuertemente arraigado en la sociedad judeo-cristiana. Papá, mamá e hijos son lo que por éstos días rigen aquello que los libros de historia llaman el ‘núcleo social’. En el entendido de que el núcleo social ha de ser una estructura a través de la cual las personas se adaptan a la sociedad, tal como la adaptan otras estructuras –escolares, culturales, nacionales-, esta idea sería perfecta: un grupo de personas que te ‘enseña’ a vivir tranquilo en tu contexto. Pero, cada día más, nos damos cuenta que los conceptos tradicionales de las más variadas problemáticas sociales mutan para adaptarse a su contexto. En el contexto social en el que nos encontramos, el concepto de familia se muestra tan fallido como la teoría geocéntrica se mostraba después de los descubrimientos de Galileo. Como bien podría decir Kuhn, no es el humano el que cambia, sino su forma de observar. Cambiemos, pues, la forma de observar los métodos para lograr una sociedad estable, suponiendo, con más miedos que certezas, que es eso a lo que aspiramos.

Imagino que el núcleo de una sociedad estable no puede ser calificado como ‘estructura’. Basta con observar cualquier etapa histórica para notar que toda estructura propuesta (aunque casi siempre impuesta) se muestra fallida después de unos cuantos decenios, o siglos, en los casos más extraños. Cualquier revolución política, social o científica demuestra que alguna estructura se agotó, que el contexto obligó a buscar una nueva forma de ver el mundo. Lo que intentamos no es crear una nueva estructura. Intentamos demostrar que ésta en la que estamos se está acabando, y hemos de saber cómo reaccionar en el futuro.

El movimiento homosexual ha intentado una y otra vez, lográndolo en algunos países, conseguir que la ley admita dentro de sus parámetros el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Nosotros proponemos no sólo olvidarnos del género, sino también del número. Si la concepción de núcleo social no tiene por qué ser hombre-mujer, tampoco tiene por qué ser ‘un’ hombre con ‘una’ mujer.

Si nos remitimos al contexto sociocultural de la ‘familia’, nos damos cuenta que esta apuesta no está tan alejada de lo que se ha venido dando sobretodo en los sectores populares de escasos recursos. En ese contexto, los niños no crecen en su casa viendo a sólo a su papá y mamá todos los días; crecen viendo a tíos, abuelas o vecinos que en diversas ocasiones se ocupan de cuidar a los niños. La situación donde la ‘familia’ se mantiene unida según el esquema papá-mamá-hijos se realiza principalmente en contextos sociales adinerados, donde los hijos son criados más por el colegio que por los padres, y donde la nana desempeña el papel de cambiar de ropa a la guagua y hacerle la comida a los niños. Queremos con esto decir que el concepto familia no sólo es retrógrado, sino también clasista. ¿Dije que era sexista? Agréguese.

Si bien proponemos que el matrimonio no se rija ni por género ni por número, no criticamos al hombre que se quiera casar con la mujer. Así como Feyerabend considera al conocimiento como un mar de teorías incongruentes, incompatibles e inconmensurables, nosotros proponemos al matrimonio cristiano-occidental como una forma más de generar núcleos sociales. Pero cualquier otro, cualquier otro es tan bueno y necesario como éste.

Desde una visión utilitarista del tema, proponemos la eliminación del número en la concepción de núcleos familiares de forma que los sujetos sean capaces de satisfacer todas sus necesidades humanas: las biológicas, las sexuales, las sentimentales, las racionales. No hay motivo alguno para pensar que un humano va a encontrar todo lo que necesita en otro humano. Cuántas veces hemos escuchado críticas de parte de un esposo, de una polola, que hacen directa referencia a algo así como que la persona con la que están no tiene todo lo que él o ella necesita que tenga para hacerlo feliz.

Por otro lado, vemos que las condiciones sociales, políticas y ambientales del planeta que habitamos están en un claro proceso de crisis. Pese a los falsos testimonios de la prensa burguesa respecto a luchas populares y toma de armas de parte de un u otro sector social (me refiero a las reiteradas insurrecciones populares que se reprimen a sangre y fuego por todo el mundo, a los golpes de Estado que supuestamente ya no son típicos, a las sanguinarias invasiones imperialistas a tan diversos territorios y de tan diversas maneras), podemos notar que por todos lados la estructura se quiebra, vacila, se parcha, pero en ningún caso se mejora. De la misma forma lo hace el medio ambiente planetario en que vivimos: se resquebraja, muta a velocidades ridículas, se derrite, se congela, se quema, se ahoga.

Si hemos de crear un nuevo concepto, o un nuevo paradigma, que sea uno en el que se acepten todas las teorías, todas las formas, todas las ideas. “Todo Sirve”. Casémonos de a cinco, no tengamos hijos, recorramos el mundo sin destino, preparémonos para el futuro. Quememos la patria. Démonos cuenta de la superioridad del sentimiento solidario de los pueblos frente al egoísmo de las naciones. Emborrachémonos, culiémonos, gritemos. Derrotémoslo todo. Hagámoslo todo. Propongámoslo todo. Todo sirve. Amémonos todos, durmamos juntos, caminemos en grupos, tengamos hijos. Descubrámoslo todo, creamos en todo, al mismo tiempo, sin darnos cuenta. Aceptemos toda la información. Seamos católicos, budistas y animistas hoy. Empiristas y racionalistas mañana. Evolucionistas y politeístas después. “La revolución será nómade, compañeros”. Preparémonos. Para todo.

Cuatro fragmentos.


ésta (Copy)
Cargado originalmente por Rigoberto Gonzáles
I

Era una señora, no una dama, que trabajada en una casa cuidando a un anciano enfermo. Este hombre no era prácticamente nadie, no se mostraba mucho, le gustaba estar solo y salir a caminar un rato cada tarde. La mujer, entonces, siendo remunerada por ello, lo acompañaba todas las tardes, afirmando fuertemente uno de sus brazos. Eran caminatas silenciosas. Ella simplemente le tomaba el brazo y procuraba no dejar caer al viejo. El viejo, por su lado, se dejaba afirmar y se perdía en sus pensamientos, mientras los de la señora se reducían a afirmar aquel brazo que, con el tiempo, se iba volviendo más flaco y más débil. Al volver a la casa, la mujer preparaba las comidas y las servía en la mesa. El viejo a veces llegaba, otras se quedaba en su pieza viendo su televisor y sintiendo cómo la sangre se esparcía por su cerebro.

Todas las tardes la señora salía al patio y cambiaba el color de la tierra con una manguera, recogía las hojas que se le caían a los árboles, si las había, y volvía a su rutina vital. Se levantaba, cocinaba, comía, se bañaba, caminaba, y dormía. Durante años su vida se redujo a eso, y ella era enormemente feliz, enormemente seria y enormemente callada.

Ella era una señora pobre y con bastantes años encima, por lo que los hijos serían unos cuarentones que se dedicaban a alguna labor medianamente anacrónica para sus tiempos. Un camionero, por ejemplo, que tenía que recorrer cortas distancias varias veces cada mes. Algo así como 150 kilómetros transportando algo que no le importaba. Su camión, medianamente viejo, tendría la radio mala y él no habría pensado nunca en eso, así que manejaba en silencio y se conformaba con mirar el aburrido paisaje y con tocarle la bocina o uno que otro camionero con el que se topaba cada una o dos semanas.

Otro hijo podría ser un hombre con problemas más fundamentales, racionales y sentimentales. Algo así como un proletario casado con una mujer de clase media, medianamente alta y medianamente criada en un ambiente literario y de música docta. Ella le habría presentado hace tiempo uno que otro disco de Brams o el Réquiem de Mozart. Pasado el tiempo, habría aprendido a disfrutarlo. Vivirían en un departamento céntrico pero silencioso, y él, habiendo crecido en un barrio, conociendo a los vecinos y teniendo problemas, amistades, amores y desamores con ellos, llenaría esos silencios que se le hacían molestos con cumbias, en un principio, y con conciertos para piano, divertimentos y sinfonías, al final.

II

Una gata grande, no muy gorda, pero sí peluda, de pelos largos, y de largos bigotes. Tan inteligente como un felino casero puede serlo, pero claramente incapaz de encausar el caminar de un rebaño hacia su corral, como un perro en jauría. Inteligente, entonces, pero no tanto como para darse cuenta de las días que pasan mientras su amo no la ve. Pasaría meses sin saber nada de él, acostada en sillones y camas vacías y frías, soportado su solitario invierno sin notarlo, incapaz de comparar un otoño de una primavera.

Una o dos veces al día alguien la alimentaría con comida para gatos. Ella, con sus diez u once años encima, aburrida ya de comer tales galletas, comienza a buscar comidas más agradables al paladar en los basureros del barrio. Habiendo sido siempre una gata ordenada, no rompía las bolsas ni dejaba restos de sus comidas en las calles, pero de todas maneras los vecinos la espantaban cuando la veían cerca de sus sacos. Dándose cuenta que eso era porque los perros del sector eran incapaces de robar sin armar escándalo, la gata comienza a odiarlos secretamente, incluso para ella. No hace actos de odio directos, sino que se nota en pequeños detalles, como levantarse del suelo hacia un árbol si veía un perro cerca, o doblando en el sentido contrario al que iba por la presencia de uno de ellos. Los canes, en tanto, se mostraban respetuosos con ella. Sólo uno que otro anacrónico la atacaba de vez en cuando.

Un tiempo después de comenzar la rutina basurera, la felina empieza a sentir olores desconocidos al defecar. Como acostumbrara a hacerlo, antes de desechar hacía un hoyo en la tierra, defecaba en él y tapaba minuciosamente el agujero. Al sentir los extraños aromas empezó a oler directamente su mierda, cosa que no le gustaba hacer, pero tampoco le molestaba; lo hacía a veces por instinto, a veces por curiosidad, pero nunca con asco ni con ganas.

Empezó a comparar los olores con las comidas que ingería, y a hacer planes de dieta según su mierda. Olía y pensaba “sí… un poco más de carne”, y luego tapaba su mojón.

III

Un día como cualquier otro, la cuidadora del enfermo lo sacó a pasear. Había tenido una discusión telefónica con su hijo camionero y la caminata no fue de las mejores. Salir a mojar la tierra con su manguera había sido, desde que trabajada con el anciano, un momento de paz y tranquilidad, en el que realmente se preocupaba de sus propios menesteres y no de los de su patrón. Mientras le daba una vuelta y otra al problema de su hijo escuchó música del otro lado de la pared, en alguno de los patios vecinos. Sabía que la cantante era extranjera, pero estando al tanto de su incapacidad para reconocer la nacionalidad de la misma, escuchó simplemente los ritmos y las entonaciones de la canción. Se imaginaba un lugar antiguo, un espacio lúgubre donde imponentes bailarinas cortejaban con sus enormes tetas a hombres de poco honor. Se imaginaba a esos hombres de poco honor por el recuerdo de su hijo, y casi podía ver cómo algunas de las putas le ponían las tetas en la cara, sacando este la lengua para saborear los aceites que brillaban frente a luces rojas y verdes en constante movimiento.

Habiendo muchos hombres vestidos elegantemente para la ocasión, su hijo era visualizado como un robusto y sucio visitante, asqueroso incluso para la más sucia de las putas, y pobre, sin ninguna opción de pagar por un servicio más allá del baile y el langüeteo. En ese momento la mujer daba largas regadas a la tierra, perdida en el asco hacia su hijo. Lo empezaba a odiar fuertemente, sentía rabia hacia él y pena hacia ella misma. No sabía si su hijo algún día habría asistido a eventos de tal reputación, pero al imaginárselo se enojaba consigo misma, no entendiendo cómo podía pensar así en un hombre al que ella había criado, al que pensaba haberle transmitido sus valores, sus formas, su sentido común. La música le empezó a parecer cantada por una prostituta amable, una de las pocas que tendría estómago para acostarse con él. Una puta comprensiva e incomprendida. Tan buena que, de vez en vez, al ver llegar tamaño engendro, al verlo solo, triste y sucio se acercaba a él para consolarlo. Una de las pocas mujeres capaces de ser amables con aquella aberración humana y él, al tanto de su fealdad, no podía acostarse con ella, sintiéndose culpable y pensando en las burlas que sus colegas le harían al terminar el trabajo.

La música terminó y la mujer notó que podía pensar algo bueno de su hijo. Pese a haber creado a un hombre horrible, le había enseñando ciertas normas de respeto, ciertas actitudes que le ayudaría a no hacer sufrir a sus prójimos. Un hombre, al fin y al cabo bueno, capaz de empatizar con un igual que le ayudaba a sentirse un poco más varonil, más viril. Pensó que su hijo se sentiría como un semental adolescente, asustadizo, que después de las amorosas palabras de la puta huía atemorizado a masturbarse en la soledad de su hogar. Un muchacho al que todavía tenía que corregir y ayudar. Pensó en dejar la manguera y acudir al teléfono para proponer una cita, pero decidió terminar su labor. Así que regó y, al no escuchar una siguiente canción, empezó a tatarear y a hacer pequeños pasos para allá y para acá al ritmo de su canto. Luego empezó a mover también su cintura y sus manos. Regando al ritmo de la música, tatareaba cada vez más fuerte, se emocionaba con su recuerdo, y con la tarea que recomenzaría pronto, después de tantos años. Cantó y bailó hasta que la música empezó a desaparecer de su mente, hasta que la tierra mojada se convirtió en barro, hasta que recordó la comida del anciano. Entonces recordó su labor, sus necesidades monetarias y se prometió utilizar el teléfono prontamente.

IIII

Iba caminando por calles anchas de un nuevo barrio y pensando en el “inviernazo” que terminó abruptamente y a deshora con el verano. Hacía frío, pero la caminata se le hacía agradable y avanzaba felizmente por desconocidas calles hacia su hogar. Con el sol alumbrando otras latitudes, las nubes le parecían lisas cómplices del infinito cósmico, y una que otra estrella le recordaba su desventaja planetaria y galáctica.

Avanzó varias cuadras desde el punto de origen cuando empezó a soplar el viento. Algunas copas se movían y algunas hojas caían todavía verdes de los árboles mientras él se entretenía haciendo sonar la crujiente capa muerta que cubría las avenidas. Sopló un poco más fuerte el viento y una luz se mostró detrás de las nubes. Esperando más iluminación de parte del cielo, progresó observándolo expectante, pero la exhibición había terminado con su principio. Mientras caminaba con la cabeza levantada sintió una gota en su cara, cosa que le pareció agradable, y levantó su mentón un poco más para sentir la siguiente directamente.

Se demoró tanto esa gota que la caminata prosperó unos minutos sin sobresaltos, hasta que decenas de ellas humedecieron su pelo sin notarse. De pronto se posó una sobre su ceja, pasó por un lado, y cayó al piso. Levantó la mirada contentísimo, pero el agua que inundaba literalmente sus ojos le impidió observar el espectáculo, limitándolo a disfrutar la sensación.

Caminó otros minutos levantando los ojos hacia el cielo cada vez que se aseguraba de no tener tropiezos, y fue sintiendo cómo poco a poco las gotas fueron aumentando el espacio entre una y otra, hasta que la última se posó azarosamente a un costado de su boca.

No fuimos hippies como en los setenta.

Flaca Cargado originalmente por Rigoberto Gonzáles
Como a cualquier persona medianamente normal, me parece que el reguetón es machista, sexista, fome, repetitivo y básico. Pero, como cualquier persona medianamente borracha, he terminado bailándolo a altas horas de la noche en diversas situaciones. Si bien la mayoría de los mensajes que transmite lingüísticamente son cosas como “haremos sexo con ropa” o “dale con el látigo”, hay canciones que tienen más de algo agradable. Trataré, a continuación, una canción que me produce una extraña sensación de nostalgia.

“Voy a tocarte toa / esta noche te voy a hacer mi señora / poco a poco tú verás que te enamoras”. Claramente es un mensaje obvio y muy poco racional, es más como un típico hombre que va a una disco a conquistar mujeres y a tener relaciones sexuales poco comprometidas con desconocidas. Pero cuando el cantante dice cosas como “Soy la nueva cara del rock / el nuevo new kid on the block”, da la impresión de que es un millonario en un bar caro y estadounidense, seguramente en Manhattan, tomando tragos raros y sintiéndose como la contemporaneidad misma. Luego hace alusiones a la canción y al grupo mismo: “Que me sigan en el coro los estúpidos / calle 13 y DJ Yamo suenan nítido”, y da lo mismo, es para rellenar, supongo.

Lo más interesante son las frases siguientes: “Te voy a sacar el aire de la cabeza / dándole un masaje a tu cerebro con cerveza”. Puede querer decir un montón de cosas distintas. Primero parece que va a embriagar a su conquista y a masajear su vagina por dentro, en medio de la borrachera. Pero agrega que “Pa cambiarle esa mente de fresa / hay que consumir como cien tabletas”. No sé si con esto se referirá a la mujer con la que está sosteniendo relaciones sexuales o a él mismo. No sólo la letra, sino también la melodía principal, sugieren la idea de un hombre al que le gusta la juerga nocturna, y la mente de fresa podría ser la promiscuidad del protagonista. Pero esta promiscuidad siempre está rodeada de alguna nostalgia, de alguna molestia. Le gusta la juerga y el sexo fácil, pero sabe que no es algo muy aceptado según la moral occidental. En todo caso, si la mujer fuera la que tiene la mente de fresa, igualmente parece una especie de crítica; estaría diciendo algo así como que en medio de la borrachera le parece muy bien el sexo promiscuo, pero sabe que cuando esté sobrio al día siguiente notará que la única forma que tiene de salir de esa vida es drogándose con quién sabe qué pastilla. Podría estar transmitiendo cierto desconsuelo frente a la imagen de una mujer como aquella, o cierta molestia frente a la existencia de los tabúes. Las cien tabletas pueden incluso ser la educación, la televisión, la ‘cultura’ occidental que promueve el ‘sexo con ropa’, pero que luego lo rechaza cínicamente.

“Chúpate esta / un masajito por tu piel grasienta”. O está hablando de una gorda, o de una prostituta sucia, o de una vedette bañada en aceites. Sea cual sea, dice “masajito”. Ahora no es sólo desconsuelo, también le agrega un poco de cariño. Es una mujer asquerosa, pero igual se merece que un hombre como él la trate con cariño. Añade “Pa que se sienta hasta en la placenta”. ¿La embarazó? ¿O estaba embarazada? “Pica pica pica pica como pimienta”. ¿Está enferma? ¿Le está doliendo?

A estas alturas aparece la frase que arma la idea completa: “No fuimos hippies como en los setenta”. A primera vista es extraño que meta a los hippies en medio de esta situación, pero puede estar diciendo que los admira, que le gustaría que el sexo fuera así como lo entendían los hippies, y frente al desvanecimiento de esa noción muestra la nostalgia que marca la canción entera. Dice “no fuimos” demostrando que ya está completamente perdida esa idea, que no hay vuelta atrás. También puede ser una disculpa frente a la mujer (tanto si fuera prostituta como si fuera una pareja efímera). Le estaría diciendo que, lamentablemente, la situación que están viviendo no tiene nada que ver con ningún cariño, con ningún afecto, solamente con la satisfacción biológica del roce sexual. Pero sólo el decirlo demuestra que le gustaría estar inserto en un contexto de amor aparentemente social. Le gustaría satisfacerse a través del amor a la sociedad entera, representada en una mujer, pero el contexto social lo coopta, lo obliga sin su consentimiento a buscar el placer máximo en situaciones donde las relaciones interpersonales poco importan frente a la superioridad de las relaciones sexuales. Una vuelta al “sueño perdido, al lugar de origen” como diría la floripondio en otro contexto.

Después de esto acepta que de todas maneras puede llegar a amarla: “A ti yo te cedo la silla y la mesa / la trato de ‘su alteza’”, pero nuevamente cae en la sexualidad pura y sin sentido: “Eres una gata montesa / desde la pezuña hasta la cabeza”. Cae, incluso, en el insulto.

La canción entera intenta demostrar que el yo lírico, representando a un largo número de sujetos de esta sociedad que detesta, se deja fácilmente arrastrar por todos, como diría Durkheim, pero siempre con una utopía en la mente, con un amor al prójimo. Un amor y una maldad. Y una posibilidad de cambio que resuena constantemente en la opinión pública y en la memoria colectiva. “Con el salvaje salvajemente orgulloso / con la progenitora valiente / con el pasado sin lamento / con las vista al frente / con la cabeza llena de memoria / con el hambre de saltar al frente / si es necesario, matar al presidente”, como diría la floripondio.

Manifiesto nómade.

Nosotros, por lo menos y últimamente, no nos consideramos "comunistas" como se entiende así en el día a día de la gente. O sea, no es algo así como que queramos instaurar un nuevo gobierno ("este sí funciona"), sino más bien desinstalarlo. Obviamente respondemos a las necesidades de la propiedad comunitaria tanto de los bienes de producción y de la tierra, pero, ¿no es eso seguir hablando de "propiedad"? Eliminemos la propiedad como concepto, compañeros. Los "paredones chorreando sangre" que propone M.M., y esto es lo fundamental de esta teoría revolucionaria, sin innecesarios y contrarrevolucionarios. He aquí nuestra gran verdad: "La revolución será nómade, compañeros". El progreso de la lucha revolucionaria es acrecentar las redes de socialización y comunicación entre grupos organizados de gente. Y esta revolución, sin más, será contraria a todas las otras revoluciones. Contraria a Lenin, contraria a Bakunin, contraria al liberalismo y contraria a las formas de cualquier sociedad contemporánea. (Lo "contemporáneo", para nosotros, es, más o menos, lo que empezó hace menos de dos siglos. Pero cuando un historiador segmente la historia dentro de 200.000 años, estos 5.000 serán, si quiera, parte de la primera parte de los inicios de la historia).

Consideramos que la revolución será nómade porque no vemos otras formas en que el ser humano pueda seguir sosteniéndose en este planeta. Hubiéramos nosotros o no apurado el calentamiento global, éste se producirá, y, en tres o en mil años más, ciudades importantes y populosas, como Nueva York, Shangai o Valparaíso, quedarán hundidas bajo las aguas, así como extensas regiones de todas partes del mundo. En ese momento las personas que solían habitar en los lugares inundados buscarán refugio en las grandes ciudades por dos motivos. El primero es que emigrar al campo será sinónimo de "retraso cultural". El segundo radica en que los sistemas de educación se esfuerzan en crear profesionales productivos sólo dentro de una ciudad (África y algunos sectores del sudeste asiático, tal vez, se salgan de este esquema). Las urbes se llenarán de vagabundos y unos y otros seres humanos comenzarán a buscar nuevas formas de vivir.

Consideramos esta propuesta tal como Allende califica el sentimiento revolucionario en la juventud. Diríamos "ser humanos y no ser nómades es hasta una contradicción biológica". El proceso revolucionario que nos proponemos, como dijimos, es el de "acrecentar las redes de socialización y comunicación entre grupos organizados de gente", pero esta acción, de forma de ser revolucionaria, debe encontrarse explícitamente dispuesta a crear una nueva forma vivir, de relacionarse con la naturaleza. Debe buscar la eliminación de conceptos tan "humanos" como la familia, las clases, las corporaciones, el dinero. Todo eso deberá dejar de existir. La nueva relación hombre-planeta se basará en cuánto estén ambos dispuestos a entregarse mutuamente. Las sociedades se desharán y todos nos moveremos de un lado para otro sin saber qué hacer. Todo será comunitario. Todo estará en constante movimiento. Y nosotros, los revolucionarios, hemos de ser los primeros en comenzar los viajes. Pero no debemos hacerlos a tontas y a locas. Nuestros viajes cambiarán el mundo, por lo que debemos estar organizados (entre nosotros como personas que existen en el mundo, no entre nosotros como personas que viajan) y no caer en las trampas que nos impone en sistema social imperante acerca del concepto "viaje". Nuestra travesía será sin carpas, sin sacos de dormir, sin dinero, sin rutas largas, sin destinos. Más de alguno creerá encontrar, durante el viaje, su lugar en el planeta y se quedará ahí siendo tan feliz como puede serlo alguien cuando se siente a plenitud. Cuando nuestro compañero decida "establecerse" en un lugar nosotros no intentaremos evitarlo, pues reconocemos en cada ser humano la capacidad de decidir su forma de vivir. Pero las condiciones físicas y morales de la sociedad obligarán a una u otra generación a desprenderse de la tierra en que habitan, y comenzar a moverse constantemente.

Esto no es más que una invitación al movimiento organizado.

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