De Sipaliwini a Punta Arenas

Somos sudamericanos. ¡Sí! Nos encanta Sudamérica y creemos en el sueño bolivariano. Admiramos a gente como el Ché, Daniel Ortega y encontramos que Hugo Chávez es un grande. Nos gusta nuestro pedazo de tierra y no nos gusta ser el “patio trasero” o “un pueblo” al sur de los Estados Juntos. Sentimos que tenemos una identidad propia que no tiene nada que ver con la yanqui o con la europea, que son siúticas e imperialistas, y hacemos como que nuestros héroes tercermundistas son admirados en todo el mundo. Pero ¿qué sabemos de Sudamérica? Sabemos, por ejemplo, que está el amazonas, el río más grande del mundo, y estamos orgullosos. Se habla inglés, francés y holandés, y no parece estar mal. Los argentinos dicen que Buenos Aires es la capital del mundo y nos dan ganas de creerlo. Hay colonias francesas y alemanas, y no nos molesta. Los peruanos tienen la cocina más variada del planeta, y nos gusta comerla. Al norte está lleno de hindúes y al sur nos plagaron los croatas, y están justificados. En Paraguay se hablan dos idiomas, y nos parece interesante. Un pedazo de nuestras tierras pertenece a la Unión Europea y a nadie le molesta. Hay una cordillera grande y bonita y ahí arriba está la ciudad capital más alta del mundo, y es hermosa. El críquet es deporte nacional, y nadie sabe. Hay una guerrilla repudiada en todo el mundo, y no la apoyamos. Exportamos montones de aluminio y no nos importa. Hay un presidente que le saca la madre a Bush para amenizar las noticias de las nueve. El 19% de uno de nuestros países profesa el Islam, y da lo mismo. Sipaliwini no nos dice nada y no queremos que nos diga nada Ronald Venetiaan tampoco nos dice nada y tampoco nos importa. Aquel Centro Espacial, de la Agencia Espacial Europea, es ignorado. El monte Saint-Marcel, a 635 metros sobre el nivel del mar, es inaccesible. .gf, .sr y .gy, no son sufijos de páginas que visitamos comúnmente. “Un Pueblo, Una Nación, Un Destino” es un lema desconocido. Los ríos Esequibo, Cuyuni, Mazaruni y Demerara, así como las cataratas de Kaieteur (226 m de salto) están demasiado lejos. Pero el Papa Juan Pablo II dijo que le gustaba Sudamérica, y nos enorgullecimos.

Zánganos y Zopencos

Políticos zoomorfos y zopilotes, despreocupados por las zubias patagónicas, zumban en nuestras conciencias televisivas y zahieren los intereses del pueblo. Hace poco, el mozalbete Zaldívar se zafó de suerte de la comisión de pesca, y el Zalaquett, atroz, de comuna en comuna, un zabarcero de demagogia, como dice wikipedia. Me enojo, pues, con estos hombres, prefiero una zampoña, o una zambomba, o algo para hacerles zancadillas. Son zancudos, muy lejos del zorzal que dicen ser. Merecen azotes, hundirse en el zoquiaqui y en el azobre, necesitan zozobrar. ¿Los peores?, los que colgaban zurrones de sus hombros, y sus ideales quedaron zopos, y reparten libranzas al extranjero, diciendo que les pertenecen, y zipizapan con la derecha, zapateando esencias inocuas. ¡Zambombazo a los que zancajean por las municipalidades con zancos de cristal!, zascandiles asquerosos, zanguayos, maestros de la zanguangua; los subiría a un zeppelín y los mandaría a Zambia, a todos los zonzos y las zonzas zoófagos que creen en el zodiaco neozelandés que conocieron cuando un zapato les sacó los zaragüelles de sopetón, y con un zapapico creó una zanja, por donde las zarigüeyas lanzaron sus esperanzas y esfuerzos, y si no las lanzaron, las zambucaron, para irse a bailar zarabanda, zorcico y zamba, y agazapados se fueron donde el zar, o a cualquier parte, según el azar y la marca de las zapatillas y aceptaron el tranzar y las alzas, y defenestran la lucha de los zapotecas, y lloran por la azotera exigua, y añoran los zandungueos de los setenta, y volvieron zanquilargos, izando lienzos ajenos y defendiéndose con zorrillos, y todo lo que pensaban lo afianzaron en el zócalo, lejos del azafrán, y le dieron rienda suelta al aznacho inmoral, y apresaron a los lanzadores de azagayas, y llenaron sus casas de azúcar y azulejos, se hicieron amigos de Aznar, olvidaron a Zapata y a Enriquez, y se empezaron a bañar en azahar.

¡A las zarzamoras!

Marx, Carlos; un burgués idealista.

Don Carlos, para el junior; carlito, para la mujercita; papá, para la hijita. La nana, por su parte, le dice “señor”, simplemente, y sin resentimiento de clase. Se levanta muy temprano y se acuesta muy tarde, trabajando arduamente como lo haría Piñera, y está orgulloso de pagarle un veinticinco por ciento más que el sueldo mínimo a sus trabajadores, es que el sueldo mínimo es muy poca plata, y Don Carlos sabe lo que cuesta conquistar el pan (libro que leyó hace años, pero olvidó). Derecho por Kennedy, a la izquierda (como al principio) por tabancura, derecho por Santa Teresa de los Andes, y se dobla a la derecha (en la primera esquina a la derecha) por El Tranque. Cinco habitaciones no bastan: la nana, con su guagua, ocuparon la pieza del fondo, y el nachito con la panchita tienen que compartir una, recién entrando al segundo piso. Y como no alcanzan las piezas, tampoco alcanza la nana, así que carlitos tuvo que contratar al Felipe, un cabro del sur, dice, con estudios y simpático, que cocina mucho mejor que “la nana”, y que sabe hacer menús de dieta, dice la Cristina, que gastaba días enteros buscando en el laptop cómo bajar de peso, pero no podía, por lo que se puso feliz cuando supo que el carlitos contrató al feli, que llega temprano, y tiene sus propios cuchillos. Señora Cristina, para la nana; mamá, para el nachito; gorda, para Carlos Marx. No es que le importune que le diga gorda, pero es una mujer de esfuerzo, y ha bajado varios kilos este año. Se casó por que Marx era un hombre con futuro, y todavía, pero con pasado, y, dice, eso le ayudó a aprender, y a aprehender, porque el carlitos todavía es utópico, asegura, y todas las navidades le regala un pavo (exánime, crudo y decapitado) a cada uno de sus trabajadores. Lo que a la gorda nunca le gustó, cuenta Marx, fue la familia del concubino. Suegra soltera le decía a sus amigas, soltera y comunista. Pero el papá apareció después, como a los veinte años, y se hizo cargo: le pagó una buena carrera en una buena universidad extranjera. Años que para la gorda fueron los mejores, porque, afirma, la gente, el refinamiento, la sutileza de las europas es algo sublime. Además que los hijos mayores quedaron con una buena base para el estudio, y para los idiomas, y al carlitos se le pasó todo eso que tenía, eso de las pistolas y los neumáticos. Y la calle. Carlos cuenta que a él le sirvió mucho la ayuda de su papá, que le ayudó a desprenderse de ciertas cosas que, después, claro, pensó mejor que antes. Y que su mamá, la vieja, como le decía pero no le diría, también le ayudó mucho. Por eso fundó la empresa, para ayudar a la gente de la que la se hablaba en “esos años”, para darle oportunidades a los paupérrimos, una especie de tributo para ese país que quiere tanto, y para su gente, y no sólo de la ciudad, también campesinos, que ganan un veinticinco por ciento más que el mínimo en el fundo, allá en el sur, donde el nachito lo pasa chancho con los chanchos, y con la piscina donde aprendió a nadar. Porque Carlos Marx no es sólo un nombre, es un sentimiento, y Carlos Marx Saavedra Saavedra, como lo llamó su mamá hace más de cincuenta años, lo sabe, asevera. (Algunos nombres en esta historia han sido modificados para salvaguardar la integridad física de sus protagonistas).

Otras volás

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