Delincuencia bailable y para toda la familia

Iba caminando cerca de mi casa, a altas horas de la madrugada de un día jueves, con objetos de valor material y sentimental en mi mochila, con mi celular en la mano izquierda y dos encendedores malos en la derecha, ambas manos guardadas del frío dentro de los bolsillos del pantalón. De pronto, aparecen tres hombres que, de lejos, parecían amables. Pocos metros antes de cruzarnos, uno de ellos me pregunta si tengo un cigarrillo para regalarle, y yo le respondo que no. Entonces se acerca otro, pelado al rape, con una polera blanca muy sucia y unos jean (el primero era alto y tenía el pelo crespo y largo, así como metalero), y me hace una pregunta. -¿Oe?, ¿te querí irte con una sonrisa en la guata? (sic) “Extraña situación”, me dije, y escuché salir de mi boca algo que parecía una risa acompañada de un “no”. -Ahhh... entonces pasa las weás. (sic) “Sí claro”, le respondí, y le facilité mi teléfono móvil. El pelao, contento con un nuevo teléfono que intercambiar por droga (a esas alturas ya no me cabía duda de su estado mental influído por la pasta base), sonrió y me preguntó si andaba con plata. Frente a mi negativa respuesta, me preguntó con qué andaba en la mochila. -Un cuaderno, hermano, la materia de la U. -Así que estudiái en la U, ¿ah?... El metalero ya había mostrado un par de veces su molestia con la situación, por lo que dijo “ya oh, deja tranquilo al cabro” (sic) e hizo algo que nunca esperé. Tomó el celular de la mano del pelao y me lo entregó. Yo, impresionadísimo, lo recibí, pero el pelao, sin entender del todo la situación, me lo quitó de nuevo. -Esta weá es mía. (sic) -Sí, sí... –dije yo. De pronto, el pelao, con claras intenciones de intimidarme, me pidió, no de buenas maneras, que no diera aviso a la policía. “Claro que no”, dije yo, y él, metiendo y sacando su mano del bolsillo de su pantalón, la acercó a mi cara. Yo pensé: “ahhh... está tratando de aparentar que tiene una pistola”. No sé por qué, pero no reaccioné cómo él esperaba (dando un salto hacia atrás o algo así), sino que me quedé tan quieto y tranquilo como estaba. -Ah, erí choro. (sic) -Noooo... noooo... –dije yo. El tercer integrante del grupo con el que me tropecé no había dicho ni hecho absolutamente nada hasta ese momento, en el que tampoco hizo nada. El pelao, tomando las riendas de la situación, me invitó a seguir mi camino, cosa que yo acepté gustoso, e invitó a sus amigos a seguir el suyo. Caminé, entonces, uno o dos pasos y sentí una mano que tomaba fuertemente mi hombro y me volteaba, quedando ellos en la posición en que yo estaba antes y yo en la opuesta. -¿Y qué tení en la mochila? (sic) –preguntó el pelao. “Mierda”, pensé, “el computador”. -No... si te dije, el cuaderno, no te sirve pa ná. (sic) -Ya... no sapí, gilao culiao, no sapí. Camina no má. (sic) -Sí... Sí... Caminé. Me dio miedo. Mi corazón empezó a latir con más fuerza y noté que los locos me habrían podido matar. Aceleré un poco el paso (no demasiado, para que mi miedo no fuera tan evidente) y me acerqué a un local de completos que estaba abierto incluso a esa hora. Le expliqué la situación al chef y éste llamó a los carabineros. Luego me preguntó más cosas y me dijo que no tenía que jugar a la ruleta rusa. -Si andai solo erí choro, y si no erí choro no andís solo. Disculpa que te diga, pero me da rabia la gente, si saben que les van a pasar weás y igual salen a la calle. (sic) Le pedí disculpas, o algo así, y me acerqué a un retén móvil que había cerca. Me tomaron los datos e hicieron el papeleo correspondiente. Asustado, les pedí que me acompañaran a la casa, a unas cinco ó seis cuadras, y me subieron a la cabina trasera de la radiopatrulla. En el camino, escuchamos la radio futuro, donde tocaban un especial de Led Zeppelin. Al llegar descubrí algo que me pareció muy buena idea: las puertas traseras de las radiopatrullas no se pueden abrir por dentro. Al día siguiente, sin celular, fui a Claro, mi compañía de telefonía móvil, a reponer el equipo. Les pedí, para no gastar plata, el más barato. La señorita me trajo uno que se veía muy bonito y yo le dije “no, quiero el más barato”. -Este es el más barato –dijo la señorita. -Entonces deme uno más malo. -Es que todos son mejores que éste. Éste es el único con costo cero. -Ya... entonces deme ese. Es una máquina excepcional. Si antes tenía una grabadora, un pen drive, un disc man, una calculadora, una máquina fotográfica, una radio FM, un calendario, un reloj despertador y algo para jugar tonteras en los tiempos libres, ahora tengo un celular. Nueve en uno. Yo sabía que habían aparatos así de completos, pero hubo un momento en que no supe qué pensar. Como puedo utilizarlo así como un pendrive, metí un archivo de texto. Luego tomé el teléfono y me dije “¿qué pasará si le pongo abrir esto?”. Mientras avanzaba hacia ese momento, trataba de imaginarme el mensaje que aparecería. “Formato inválido”, “este equipo no cuenta con visores de texto”, “archivo desconocido”. Y, al apretar en el archivo, ¡el celular lo reprodujo! Con todo, el asalto fue pa’ mejor. ¡Viva la delincuencia!. P.d.: El ministro Andrés Velasco diría algo así como “si la delincuencia ha subido, es porque la gente sale más a la calle, o sea, tiene más confianza en la democracia”. P.d.: El ministro Andrés Velasco podría también decir algo así como “si usted es víctima de un asalto, no se queje, véalo como una oportunidad”. P.d.: El ministro Andrés Velasco es un hijo de puta. RG

1 comentarios:

Camilo Espinoza Mendoza dijo...

igual hubiera sido chistoso si te hubieran dibujado una sonrisa en la guata.

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