Olvidar y Luchar

Una noche, como cualquiera, el mundo olvidó la fecha. A la mañana alguien le preguntó a un colega, y éste, sin saber qué responder, le preguntó a alguien más. Nadie sabía. La pregunta se expandió por el mundo, con millones de puntos de inicio, pero nadie sabía. Todos estimaban que era algún día entre el 7 y el 15 de agosto. Los matemáticos hicieron cálculos y no supieron qué responder. Los astrónomos aseguraron que mirando el cielo podrían averiguar el día exacto, pero no lo lograron. Los periodistas y editores de diarios se arrepentían de haber dejado de poner la fecha en la portada de los periódicos. Los informáticos veían con extraños ojos sus computadores.

Se aceptaba comúnmente que el día en que se olvidó la fecha era alguno entre el 7 y el 15 de agosto, por lo que el día siguiente se consideró como “alguno entre el 8 y el 16, el subsiguiente como alguno entre el 9 y el 17 y de esa forma el mundo logró sobrevivir durante un tiempo. Había quienes esperaban que el problema no se solucionara, para así celebrar los cumpleaños durante los ocho días de incertidumbre; por suerte, eran minoría.

Los problemas que traía consigo esta confusión tenían solución, aseguraron los astrónomos. Propusieron medir la duración de los días hasta que la duración del día fuera lo más parecida a la de la noche, y ese día sería el 21 de septiembre. El mundo esperó, y algún día entre el 19 y el 27, el día duró 11 horas, 59 minutos y 55 segundos, mientras que la noche duró 12 horas y 5 segundos. Todos aceptaron los 5 segundos de diferencia como un problema menor, y vivieron el día siguiente como el 22 de septiembre. Pero a la noche siguiente los astrónomos informaron que el día había durado 12 horas y 7 segundos, y la noche 11 horas, 59 minutos y 53 segundos. Nadie se esperaba ese suceso, por lo que los astrónomos propusieron que se considerara el día siguiente como “el 22 ó el 23 de septiembre”. No era lo que el mundo esperaba, pero se acercaba.

Los astrónomos, siempre atentos, recordaron que el 26 de noviembre debería haber un eclipse en algún lugar del pacífico, al oeste de las islas Galápagos, entre Isla de Pascua y Hawai. Se apostaron barcos de todas las potencias mundiales en ese sector, repartido en cuadrantes para cada nación, pues todos los gobiernos esperaban dar la maravillosa noticia a sus ciudadanos. Se firmó, además, un tratado que abolía las aguas internacionales en ese sector, pasado cada cuadrado de mar a formar parte de la soberanía de las naciones involucradas. También algunos millonarios se aventuraron con sus yates en el lugar. Los cruceros ofrecían viajes de lujo para esperar el eclipse en el lugar de los hechos. Todo el mundo estaba expectante.

Los primeros barcos militares llegaron al lugar el 15 ó 16 de noviembre, los millonarios más excéntricos aparecieron el 22 ó 23, mientras los cruceros paseaban por los límites de los cuadrantes. En la tarde del día 23 ó 24, un barco japonés penetró el cuadrante estadounidense, lo que provocó la ira de los norteamericanos, que atacaron la nave nipona después del primer aviso. Las naves chinas y rusas, al notar la situación, y después de intentar una mediación conversada, atacaron a la nave estadounidense, incitando la respuesta francesa e inglesa. A las pocas horas, los barcos militares de cada nación que había en el lugar estaban en llamas y la gran mayoría de sus tripulantes muertos. Los yates y cruceros se retiraron rápidamente del lugar. Los presidentes que se encontraban en el lugar escaparon en sus helicópteros. El combate duró hasta la madrugada del 25 ó 26 de noviembre, momento en que todos se retiraron pensando que ya habría una nueva forma de calcular la fecha. En el lugar sólo quedaron algunas barcas con sobrevivientes. Aseguraron ver el eclipse, pero, encontrándose incomunicados, no pudieron dar aviso en el momento. Las semanas que demoraron los náufragos en tocar tierra provocaron estragos en su noción del tiempo y de la realidad, por lo que no pudieron afirmar con certeza en qué día fue el eclipse.

El mundo decidió esperar al 21 de diciembre. Faltaba poco, por lo que no sería tan calamitosa la situación. La gente esperó mientras los gobiernos más poderosos intentaban monopolizar la entrega de la información. Las tensas relaciones que habían quedado del día del eclipse ayudaron a calentar los ánimos militares y científicos de todo el mundo. La armada iraní, el 10 u 11 de diciembre, bombardeó observatorios astronómicos de Hawai, lo que determinó la decisión israelí de atacar sus instalaciones militares, con ayuda de los Marines. Los rusos, que sabían en qué podía desembocar el conflicto, se restaron hasta que bombas norteamericanas tocaron tierras de Turkmenistán, ingresando en la pelea toda la ex Unión Soviética. China, viendo peligrar su soberanía sobre Asia, bombardeó Afganistán, que apoyaba a Irán desde Pakistán, con lo que la India y el sudeste asiático se sintieron involucrados y apoyaron, algunos a unos, y otros a otros. Corea del norte no se restó y lanzó las primeras bombas atómicas del conflicto, que cayeron en el centro de Francia. La Unión Europea, ofendidísima, pidió permiso a Rusia para avanzar por sus tierras hasta Irak, de forma que el bloque occidental atacara a los asiáticos desde diversos puntos. Rusia aceptó, pero los países de la Europa Oriental no, con lo que empezó el conflicto europeo. Los países africanos, por su parte, se dividieron entre los cuatro bandos (Europa occidental-EEUU-Israel; Europa Oriental; Ex URSS; Sur de Asia (desde el Líbano hasta Vietnam, exceptuando Birmania y Tailandia); China-Japón-Corea), y con el ataque de Namibia y Botswana a Sudáfrica empezó la Guerra Africana. El África subsahariana apoyó a Sudáfrica y intentó avanzar por mar, pero Angola y los Congos interrumpieron a cañonazos su camino. Argelia, Libia y Egipto apoyaron al oriente europeo desde el sur, por el mediterráneo, donde destruyeron los restos de pompeya, la Acrópolis, y gran parte de Roma y el Vaticano. Marruecos atacó a los Argelinos desde el Oeste con la ayuda de Malí mientras Níger, Chad y Sudán avanzaban en masa hacia Etiopía, con el fin de liberar la sitiada ciudad de Mogadiscio, en Somalia.

Sudamérica entró en el conflicto cuando Australia aceptó las órdenes estadounidenses de destruir los observatorios del norte de Chile, que era considerado una amenaza por sus gobernantes socialistas. Brasil y Argentina tomaron las armas y atacaron a los Australianos desde la costa chilena, con el apoyo nacional. Perú y Ecuador también decidieron apoyar a Chile, con lo que Colombia –eterna amiga de EEUU- atacó a Ecuador desde el norte. Venezuela atacó por dos bandos: hacia el oeste invadió Colombia y hacia el este intentó recuperar las tierras perdidas hace cientos de años de Guyana, Suriname y Guyana francesa. Siendo propiedad ésta última del Estado francés, la Unión Europea le declaró la guerra a Venezuela y a sus aliados. Bolivia apoyó a Chile y a Venezuela, con lo que Colombia se quedó sola en Sudamérica. Panamá le ofreció su apoyo, junto a Costa Rica, y atacaron Venezuela. Nicaragua y Cuba no aceptaron eso y atacaron hacia el sur, mientras las pequeñas fuerzas armadas de los países caribeños se dividieron apoyando, en su mayoría, la opción Colombiana. A toda esta situación se la conoció como el Conflicto Colombia. Al notar los resultados de su acción, Australia confraternizó con los colombianos y, pidiendo ayuda a Indonesia y Filipinas atacaron, para empezar por algo, a Nicaragua. El Salvador, Honduras y Guatemala apoyaron a los nicaragüenses y combatieron contra los oceánicos. México entró en la guerra tal como lo había hecho Rusia y atacó a los Filipinos que invadían Guatemala. Belice, por su parte, apoyó a Estados Unidos defendiendo la decisión australiana, y atacó la zona maya. México se sintió ofendido y, haciendo planes con los japoneses, atacaron Los Ángeles y San Francisco, con la ayuda de los rusos, que decidieron recuperar Alaska. México, por otra parte, ingresó a Texas y a New Mexico, avanzando hasta Wyoming, Nebraska y Missouri. Canadá pactó con Rusia dividir Alaska en dos a cambio de su apoyo y atacaron el este de la península. EEUU reaccionó enviando tropas desde Seattle a Vancouver, y Canadá respondió bombardeando Nueva York desde Ottawa y Montreal.

En los diez días que duró la primera parte del conflicto, la mayoría de los mortales que no estaban luchando en la guerra permanecieron escondidos en zonas montañosas o selváticas. Entre el 19 ó 20 y el 21 ó 22 pocos tuvieron tiempo de medir la duración de los días. En rigor, nadie lo hizo. El mundo se perdía una nueva oportunidad de recordar su forma de organizarse.

Las bombas atómicas destruyeron gran parte del mundo. De los seis mil millones de seres humanos que habitaban el planeta antes del conflicto, se estima que quedaron menos de 400 millones, repartidos por el mundo sin muchas formas de contactarse. Las emisoras de televisión y los diarios fueron destruidos. Los que no, no tenían interés en seguir informando. La radiación nuclear afectó tanto a los animales como a los cultivos, por lo que los sobrevivientes comían temiendo. Se organizaron aldeas en aquellos lugares donde las bombas habían caído lejos. Los que tenían familiares en tierras lejanas preferían no viajar para no toparse con lugares donde la radiación era más fuerte. Los pocos que decidían hacerlo debían subirse a caballos o simplemente caminar por las devastadas carreteras, los combustibles eran tan escasos que se vendían a precios absurdos.

La noción de las fechas se había perdido por completo; por una parte no eran necesarias, y por otra nadie tenía tiempo para pensar en eso, las tareas que supone la supervivencia agotaban todo el tiempo. Poco a poco el dinero empezó a perder su valor, se prefería intercambiar vegetales por carnes, o ropas por maderas. No se podía ver televisión o escuchar radio o jugar Play Station, así que los niños redescubrieron las bolitas y el policías y ladrones. Sin el cine, las citas románticas se complicaban, por lo que los jóvenes volvieron a flirtear observando la puesta de sol, y a pololear caminando por las praderas. Los ancianos, para hacer sus bastones, recorrían kilómetros de bosques hasta toparse con la rama adecuada. Las dueñas de casa mandaban a sus hijos a recoger piñones en el bosque o guayabas en la selva para preparar el almuerzo. Las familias volvieron a ver sus cuerpos desnudos aseándose en ríos y lagos, los hijos mayores volvieron a ver los partos de sus hermanos, los menores volvieron a aprender qué era el sexo conversando con sus hermanos. Lentamente, los automóviles se quedaron sin bencina para andar, los políticos sin problemas por los que pelear, las armas sin balas que disparar. Los gatos dejaron de comer galletas de pescado y volvieron a comer pescado. Las palomas, eso sí, seguían comiendo restos de comida humana, y los cóndores siguieron siendo carroñeros.

La guerra, claro, había sido catastrófica, pero la vida, en fin, era más tranquila.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Debo comentar, solemnemente comentar. Lo encontré fenomenal, atrapante e ingenioso. El penúltimo parrafo es quizás el punto más bajo del cuento, podrías refinarlo un poco y sacarlo de los lugares comunes. Pero el resto es francamente buenísimo. Carita feliz para ti.

PL dijo...

Carita feliz para ti. Un siete en geopolítica. Oye mono pero igual ni cagando sobreviven 400 millones a una guerra nuclear. A menos que mutemos en cucarachas.

Anónimo dijo...

I'm speechless !

Que manejo de geopolítica...

"...los jóvenes volvieron a flirtear observando la puesta de sol, y a pololear caminando por las praderas."...pero que maravilla de mundo has creado...

que mente....

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