emigré.

de ahora en adelante, pueden entrar a

Colores esplendorosos. La cámara relativamente rápida. Una mano con las uñas largas y un poco sucias toma una cajita de cartón duro, pintada amarillo, naranjo y morado. La caja, en la mano, avanza dos o tres pasos y es depositada sobre una mesa. Se escuchan ruidos, que se abre un cajón y otro, un cierre abriéndose, un cierre cerrándose, unos pasos, y la otra mano, igual de sucia, deja dos clavos al lado de la cajita, toma la cajita, y la primera mano la destapa.

Ven a beber conmigo en doce copas, doce campanas esta media noche. Escucharás al bronce congelado dañando nuestro adiós con doce voces. Ven a besar conmigo en doce copos la nieve amarga que fundió el invierno sobre la altura de mis sienes, y este desamparado corazón que tengo. Ven a morder conmigo en doce gritos los labios de un dolor ya redoblado. Será la última boca que tú beses cuando vayas camino del ocaso. No bien bebas conmigo el sorbo amargo, en la voz gris de los metales ciegos, vendrá esta medianoche repicando la eternidad de nuestros dos destierros.

Un hombre bajo de pelo muy largo, vestido de colores que, si bien perfectamente combinados, lo hacen parecer ridículo, sale al patio de una casa de clase media mientras se pone unos audífonos-cintillo en los oídos y se acomoda una mochila en un solo hombro. Mira a su izquierda y naturalmente gira a su derecha, camina unos pasos mirando para atrás, voltea, hace a un lado unas ramas, estira la mano, abre el portón, da un paso a la calle y mira.

caramba yo soy dueño del barón ay rosa caramba porque soy un caballero caramba trafico por calagual ay rosa caramba y bajó por los lecheros caramaba yo soy dueño del barón las calles principales que trafico son la estación del puerto con san francisco las calles principales que yo trafico con san francisco ay sí la plaza echaurren hay rosa la avenida argentina y el puente Jaime los placeres y playa ancha fueron mi cancha ay rosa

El ridículo camina por una angosta y muy verde vereda, con árboles bajos cuyas hojas saca para romperlas suavemente con una mano, dejando caer minúsculos pedacitos de hojas al suelo, poco a poco, mientras camina, con la mirada perdida en un futuro sonriente, arreglándose la mochila, pisando fuerte, apurado y expectante, levantándose el pantalón que se le cae. De pronto sus ojos brillan, gira la cabeza a la derecha, a la izquierda, mira atentamente para atrás durante un solo paso, se saca la mochila, la afirma con una mano, abre un cierre, busca, no encuentra, cierra el cierre, abre otro, busca, sus ojos brillan de nuevo, antes de sacarlo mira de nuevo hacia atrás, mira un poco hacia dentro, mira al frente con suma expectación.

Mi vida ya baja, ya bajaron del Olimpo. Mi vida con torompe, con trompeta y guitarra. Mi vida la Gabrie, la Gabriela con Neruda, mi vida, para ce, para celebrar a Parra. Y llegan al Mapocho con la Violeta, con la Violeta cantando para bienes, mi vida, la antipoeta. Ya llegan al Mapocho, mi vida, con la Violeta. Al antipoeta mi alma, mi vida, Nicanor Parra, invitada de honor, Violeta Parra, Violeta Parra. Una flor de violeta, mi vida, para el poeta.

A la caja le pasa lo mismo que antes, pero al revés y en colores mucho más brillantes, casi ridículos. Está flotando en una mano ella, y en otra mano su tapa. Una tercera mano deposita un bulto dentro y desaparece. Es tapada y depositada en un mueble junto a dos clavos, e inmediatamente una mano se lleva los clavos y se escuchan pasos, un cierre que se cierra, que se abre, cajón cerrado, cajón abierto, ruidos, la mano toma la cajita. La cajita flota unos pocos pasos y vuelve a ser depositada donde estaba en un principio (plano detalle): arriba de un estante alto (zoom out), repleto de objetos diversos e irreconocibles, en el último compartimiento, luego, la cajita ya no se diferencia de entre los demás objetos, son muchos, coloridos, fade out, fondo negro: เข าจะได้ไปเที่ ยวเมื องลา ว

Cumpleaños 23


Cumpleaños 23, originalmente cargada por Rigoberto Gonzáles.

Intriga tenía sabor a garbanzos

Me pasa a veces que cuando estoy acostado en un pieza, en una casa, en una ciudad, hay unas luces de a lo lejos que las veo sólo si miro de reojo. O sea, puedo tener el ojo abierto y el haz de luz choca con mi ojo pero no con mi pupila; y para que sí llegue, puedo mirar de reojo –apuntar al haz- y cambia un centímetro entero la posición de mi pupila, y lo veo.


Al otro día de eso, en la mañana, digo, en mi mañana, como a las 13, llegó mi hermano con un pollo congelado, de esos pollos que vienen enteros y envueltos en un plástico blanco y delgado, con hielo cayéndosele siempre. Llegó re enojado porque el pollo, en vida, se llamaba Intriga, y venía el nombre pegado en el plástico del pollo que venía duro como piedra. “¡Cómo nos vamos a comer un pollo al que le pusieron Intriga!”, me gritaba mostrándome el nombre, que estaba diseñado así como si lo hubieran escrito con un plumón, y me decía que después los pollos ya no iban a tener nombre y en vez de con nombre iban a venir con un número y unas letras incomprensibles. Pero qué, lo comimos y era como comer garbanzos, garbanzos caros, según mi mamá, que lo había cocinado y se lo comía mirándome a los ojos, fijamente, y yo la miraba y mascábamos Intriga mirándonos. Después le llevé los huesos de Intriga a los gatos. El cucho, que había desaparecido hace tiempo, estaba ahí y yo correteé a las perras, cerré la puerta, y tiré los huesos al suelo fuerte, para que rebotaran, y los gatos saltaban peleándoselos. Incluso los hacía rebotar en el suelo de manera que cayeran en algún lugar alto y ver cómo se las arreglaban los gatos para ir a buscarlos.

Pero guardamos la etiqueta de Intriga y un poco de carne, y me acuerdo de mi hermano gritándole al loco que se presentó como supervisor: “me vendiste un pollo que se llamaba Intriga, ¡y tenía sabor a garbanzos!”, y se lo pasaba para que lo probara, en un pote de plástico que tenía un poco del arroz con que habíamos acompañado a Intriga, pero el supervisor no lo probaba y mi hermano se enojaba más, gritándole cada vez más fuerte. Y cuando se armaba la batahola, aparece una pintosa diciendo que es la gerenta y que qué pasa aquí. Así que a gritos mi hermano le dice que Intriga tenía sabor a garbanzos y le pasa la comida y ella manda a buscar unos cubiertos y se sienta frente al público y come Intriga con arroz, diciendo que estaba bueno y que tenía sabor a pollo, un pollo de gran calidad y de marca, y le pregunta a mi hermano cuánto le costó y él lo dice y la gerenta le comenta al público lo barato que es un pollo de esa calidad, y que el arroz estaba muy bueno: “¿lo preparó usted?”. Enfurecido fue mi hermano a buscar lo que quedaba de pollo, diciéndole a alguien del público que probara un poco, pero en el pote no quedaba nada, y la pintosa era muy gerenta y muy pintosa, y muy rica, y hasta nosotros le creímos un poco. Al otro día comentábamos “pero tenía sabor a garbanzos, ¿cierto?”, y mi mamá decía “sí, pero garbanzos caros, garbanzos buenos”.

Así que cuando volvimos de allá recorrimos el patio buscando los restos de huesos que habían dejado los gatos. También le dimos huesos a las perras, así que recorrimos el patio delantero de la casa, mientras la perra chica correteaba con la perra vieja, que ni la pesca. Encontramos varios, muchos, y no sabíamos cuáles eran de ayer y cuáles de más antes, entonces los pusimos arriba de la mesa y los miramos un rato. Sacamos como 3 de 20 así, mirándolos. Les dije que ayer había notado que no rebotaban muy bien, que podíamos hacerlos rebotar. Y los empecé a tirar al suelo. Era difícil recogerlos porque como tienen formas irregulares, rebotan ‘pa cualquier lao’, y mi hermano se perdía debajo de las mesas de la cocina. Mientras hacíamos eso mi mamá decía “pero ¿a quién le vamos a llevar estos huesos?, ¿qué le vamos a decir? ¿Qué el pollo se llamaba Intriga y que tenía sabor a garbanzos?”.

Los dejamos en algún órgano del Estado, no sé cuál, donde nos dijeron que lo iban a revisar. “¿Acaso no trajeron la carne?”, preguntaron, y miramos a mi hermano a ver si explicaba lo de la gerenta, y se enredó entre que la perra se lo había robado y entre que, en realidad, Intriga no estaba malo, se podía comer, sí, pero tenía sabor a garbanzos. “¡Y el pollo se llamaba Intriga!”.

Como al año llegaron dos cartas juntas. Una era del supermercado y la otra del Estado Nacional. Venían juntas. La del supermercado decía que estaban investigando nuestra denuncia y la del Estado decía que el supermercado había tomado medidas internas para solucionar nuestro problema. “¡Fascismo!”, gritaba mi hermano por la casa, “¡estos weones son unos fascistas!”.

El loco que explicaba cosas en las micros.

Este loco se subía a las micros y tenía que poner más o menos la voz que ponen los locos que se suben a pedir plata después de contar un problema que tienen, esa voz que parece que suena siempre igual y siempre bien fuerte. Pero este loco, militante de la causa popular sólo desde él mismo y desde su forma de relacionarse con todo lo que lo rodea, se subía a las micros a explicar asuntos, ideas, sucesos históricos, pensamientos ajenos.

Podría perfectamente haber dicho algo como esto:

“Damas y pasajeros: Thomas Kuhn fue un filósofo de la ciencia. En mil novecientos sesenta y dos publicó un libro, en Estados Unidos, llamado La Estructura de las Revoluciones Científicas, en el que proponía que las diferentes formas de hacer ciencia, de entender el mundo, han ido variando de forma no lineal, no han ido mejorando en base a lo mismo, sino que ha habido revoluciones en la forma general en que las personas perciben la realidad, y lo importante es que todas estas formas han funcionado de una y otra manera, cada una en su contexto. Los griegos, por ejemplo, creían en unos dioses que vivían en el monte Olimpo, y a partir de esa creencia, pensando en Zeus, Afrodita, Poseidón, armaron algo tan bacán como la democracia, algo así de importante. La democracia. Pero hoy día nadie cree en esos dioses, sería un gil acá alguien que cree en eso, pero a los griegos hace tres mil años les funcionó perfectamente, y a los budistas en china les funciona su volá, y a los negros que bailan alrededor de un tótem también les funciona, y a nosotros lo que nos funciona es esto de la prueba y el error, de la enumeración, del hecho empírico, de la funcionalidad de las cosas, de los inventos, creemos que las cosas son buena cuando sirven para algo. La autopista por la que va esta micro funciona acá, pero en Panguipulli no sería necesaria. Todo esto que nos rodea acá en Santiago funciona más o menos bien, pero a los negros el tótem les funciona, entonces no tenemos ningún motivo para decir que los negros están subdesarrollados, no hay que pensar que es primitivo que bailen alrededor de su tótem porque allá, a ellos, en su volá, les funciona. Por eso lo hacen, porque es lo que necesitan. Y que los negros bailen alrededor del tótem, y que los budistas se encierren en sus templos a estar callados durante años, y que en Holanda hagan diques para que el mar no inunde las ciudades, es tan legítimo como que nosotros estemos acá arriba de la micro escuchando un personal y mirando para fuera. Y a ellos también les parece súper raro lo que nosotros hacemos, pero estemos de acuerdo, ojalá estemos de acuerdo, en que es igual de legítimo, está igual de bien, o de mal. Gracias.

¿Alguna cooperación?”

Lo vi hoy día en la alameda, y al bajarse dijo que iba a llegar hasta la plaza san enrique, después de vuelta hasta la plaza de Maipú, después iba agarrar Vespucio hasta santa rosa, y todo para arriba hasta quilicura, donde vive. Yo le pasé una gamba y una señora le pidió el nombre del libro de nuevo, que quería leerlo.

Yo creo que los europeos tienen más escrito todo lo que pasó y todo lo que piensan porque en su continente culiao tienen meses y meses cagaos de frío y se quedan encerrados en las casas anotando y ‘pensando’ sus weás; y que eso del frío además se transformó, igual, en una condición social y subjetiva, po, eso de quedarse encerrado todo el día en la casa es tan de invierno como de verano en estas sociedades conquistadas por los europeos, conquistadas culturalmente, estas sociedades donde estamos todos convencidos que hay que vivir en ciudades y comprar en los supermercados; y los que no lo hacen lo sueñan, po. La cosa es que si pensai en lugares cuáticos de la tele, las Bahamas y esos paraísos tropicales como las maldivas y arrecifes de coral y la weá, te los imaginai como que en ese país todos viven relajados y que igual se echan en sus hamacas a tomarse un agua de coco en las tardes. Y demás que es cierto, que lo hacen. Y aguante, po, aguante esa weá.


Psicosis Mundialera.

…a mí me lo contaron: en el mundial del ’98, en Francia, hubo un partido entre iraníes y estadounidenses, y, en medio del partido, los iraníes abrazaron a todos los gringos e hicieron explotar bombas que tenían atadas al cuerpo: murieron los 22 jugadores en cancha y los dos técnicos. La banca iraní saltó al medio de la barra norteamericana, dejando decenas de muertos. Militarizaron la ciudad y coimearon a todo el mundo, dieron por ganador a Irán, ninguna selección clasificó a octavos de final y transformaron el exitoso atentado en el gran secreto francés del siglo XXI.

bytes.

Hay muchos, muchos, digo muchísimos más bytes que personas.

Hay un pedacito pallá, en Grecia, un poco antes del consultorio, cachai, que está la ciclovía, la vereda y a los dos lados hay pasto y árboles. Cachai que ahí viven un montón de tórtolas, pero caleta, onda cien tórtolas, y bajan a buscar gusanos o algo al pasto todas juntas, como cuando le dai comida a las palomas que se juntan caleta, pero éstas bajan de repente, todas juntas, y van avanzando poco a poco hasta cubrir un tremendo pedazo de pasto picoteando el suelo. Las veo cada vez que paso por ahí, y el otro día miré los árboles, y se ven los nidos, po, todos desarmados, como que estuvieran a punto de caerse, y la weá es que los nidos de las tórtolas están ahí no más, como a dos metros de tu cabeza, como a, no sé, cincuenta centímetros del techo de las micros, y me imagino que esas tórtolas guaguas deben estar súper acostumbradas al ruido de las micros, y las tórtolas viejas en volá no se dan ni cuenta del ruido.

Y más allá, en el parque que hay llegando a la casa del mono, hay caleta de loros, pero no cacho qué comen porque nunca los veo comiendo nada ni picoteando el suelo ni metidos en basureros, quizás que comen, po. Bueno y el otro día pasé y habían como quince o veinte loros peleando, armando el medio escándalo, todos gritando al mismo tiempo y agarrándose entre todos, se veía como una bola de alas verdes moviéndose, onda un átomo, eran como la nube de electrones de un átomo, no podíai fijar la vista en ninguno, pero igual cachabai pa dónde iban.

Y en la otra cuadra, llegando pallá, viven dos treiles, esos que gritan fuerte, cachai que esos son monógamos, po, el treilo está con su treila pa siempre y, cosa rarísima, hacen los nidos en el suelo, como medio enterrados, y no me imagino dónde pueden dos treiles tener sus nidos en medio de la ciudad, po, si hay perros, gatos, ratones, barrenderos, pendejos aburridos, cualquier weón que puede hacerles mierda el nido por una variedad inmensa de motivos. Y esos dos andan ahí, con sus patas largas y la mirada atenta, así, en el horizonte, metiendo el pico en el suelo, sacando quizás qué weá, y viven y sobreviven y se aparean y, mierda, todo funciona poh weón, los pájaros nacen por nacer y mueren de viejos y yo sigo haciendo las mismas weás todos los días y me da la impresión de que todo va funcionando y avanzando y los loros encuentran qué comer y la gente, weón, la gente no se muere de hambre.

Esta mierda parece una ciudad europea, weón.

Manuel Manuel

“Al hacer un catastro visual en busca de un objeto, por ejemplo, en mi pieza, uso esa mirada para tratar de captar la totalidad del panorama encontrando, por un lado, el objeto no sólo por su forma sino también por su relación con el entorno y catastrando, por otro, el resto de los objetos a ver si algo más me sirve. Me juego bromas destapando lenta y dificultosamente los objetos escondidos detrás de otros, para no verlos sino hasta un momento donde puedo hacer, con un movimiento del brazo medianamente brusco, que la aparición sea levemente sorpresiva. Así soy yo” me decía Manuel Manuel mientras buscaba los papeles, mientras armaba el plex, mientras caminaba, drogado, por la plaza.

it doesn't have a name

Ayer iba por la calle y un niño le dijo a un hombre, que iba con él, yo creo que era el papá: '¿pero cómo se llama?', y el papá le respondió 'it doesn't have a name', así, en inglés, y con tono bien inglés de Inglaterra.

"Déjame bailar contigo la alegría linda del último vals".
'What's the name!', repitió lastimosamente el niño. 'It doesn't have a name', lo pongo así como Auster pone los verbos, con esa entonación tan gringa. 'Doesn't have a name'. Aunque Auster pondría 'it doesn't have a name'.
Y como caminaban más lento que yo, mucho más lento que yo...
"...aunque paguemos caros los engaños".

paco

Pensativo, así, sentado en una banca, mirando el suelo, pensaba un paco en las mediaguas de Cobquecura y, puta, había sido una re linda experiencia tanto para él en tanto sí como para la relación del grupo humano en que trabajan, gente que, claro, pasa harto tiempo junta haciendo weás y no pueden sino crear lazos amistosos y convivir, con órdenes y todo, con altos mandos y ‘firme’s, pero contentos y conformes los pacos, juntos en la comisaría por meses y contándose sus ataos, armándose en piños que salen a tomar por ahí de vez en cuando, y con las anécdotas rancias, tan parecidas a las nuestras, el weón que se cagó a su mina y la loca rica, perfecta, que puede enamorar a cualquiera de ellos. Todas esas weás.

¿Para qué seguir diciendo weás? No tengo nada mucho más que decir. Hay una canción que se llama Arriesgaré la piel del inti que me parece maravillosa, pero mucho más que cosas como esas, no. Aunque esta es una inútil decisión, he decidido no publicar más tonteras en este no-espacio, que es un caballo alado, como mi decisión: una espada amarga. Aquí no hay nada sagrado a lo que regresar, y ninguna incertidumbre me embarga. Me encanta la perdida inmensidad de este año, con tan poca espera y con tanta memoria, que se prolonga, creo ahora, al infinito, con cuchillos de tantas historias y tantos desvelos. No. Nada más. Tampoco sé cuánto durará esta decisión, pero dejaré el blog on-line hasta que blogger decida lo contrario. A los dos o tres humanos que visitaban regularmente esta weá, se los agradezco con una profunda reverencia. También me gusta La Petenera del inti.
Soles y energía.

Él, tengo algunas cosas duras, eres una niña, privadas, grandes y pequeños, que cuando una persona es la creación de color y la luz. Cuando yo era forma, yo era el primero de otros, o si un solo camino, la curiosidad de ver si mi solicitud refiere o quiere decirle a la gente que queremos a nuestros hijos a vivir de acuerdo con el orden o por encima, pero usted está loco, si ir a dormir. Yo estoy siempre con vosotros, y probito la posibilidad de un cierto tiempo para llegar a un acuerdo, y siempre debe pensar en todo. Antes de eso, quiero cambiar tu mente clara, su cuerpo a mi alrededor son similares a los del mundo, porque creemos que poutr, promulgada en absoluto, y yo brillo. Si limitamos a cuarentaidos, no sólo yo sé, yo sé que soy el medio ambiente circundante, sabemos que hemos aprendido, Lucas, y los accidentes cerebrovasculares.

Arena.

No más por una mañana,
en su infancia,
que en jueves santo,
que la semana sagrada,
que caminaba muy bonita al lado de la mar;
y la arena quería encontrarla y subir por sus chalitas;
pero como no es animal,
no llegaba nada de arribita.
Después se embarcó en una barquita inglés, y,
ya en la guerra (
teutona: germana
) -allá alumbra el sol al revés-,
la arena le llegó hasta la cinturita.

Don Juan.

Yo quería manejar camiones y don Juan quería dedicarse al transporte escolar. Directamente, yo y él mantuvimos un máximo de cuatro conversaciones. En la primera no sabíamos nada el uno del otro: yo me estaba fumando un cigarro y mirando una montañita que aparecía a lo lejos y don Juan Tipay se me acercó por atrás, riéndose, y apenas me di vuelta comentó que le había visto los calzones a la profe. Me reí un poco de la situación que había vivido él, de la que estaba viviendo yo, y de que nunca se me habría ocurrido mirarlo los calzones a esa profe. / Eso debe haber sido la primera semana. Después recuerdo que dejó de ir por un tiempo, pero cuando volvió lo hizo con todo. Llegaba temprano y se sentaba, cuaderno abierto, lápiz en mano, y tomaba nota de cada detalle de la clase.

‘Y usted, don Juan, ¿a qué se dedica?’. ‘¡Jubilado!’, respondía tajante.

Así que por tres o cuatro clases estuvo el tema dando vueltas entre los alumnos. ‘¿Jubilado? ¿Pero jubilado de qué?’, le decían, y don Juan hacía un gesto con la cabeza y con la mano como diciendo que no le pregunten weás. Así que le preguntaban más. Hasta que la señora Cecilia, después de contar una anécdota interminable, agregó:

‘Yo conozco a esos que se jubilan jóvenes, ¿ah?’.

Pero la señora lo hizo sin ninguna malicia. Si hubiera sido yo el que tenía esa información, por un lado, la habría dado a conocer antes y, por otro, al hacerlo lo habría hecho con todo el tono de reproche posible, como diciéndole que ser milico es menos malo que haberlo sido y avergonzarse. Pero gracias a eso hablé por segunda vez con él, y él nos contó –a mí y a don Sergio, carpintero, moreno, bajo, canoso, robusto y cuarentón- que más o menos siete años atrás había trabajado por dos años destinado a la Villa La Reina, en Santiago, y que vivía con su familia en el regimiento de telecomunicaciones de la misma comuna (la cárcel del mamo), y que hubo un día en que los llamaron a todos los pacos y les dijeron que iban a re destinarlos, y don Juan, choro y atrevido tal como se mostraba frente a nosotros, había ido a hablar con el general a cargo y le había dicho que, tomando en cuenta la larga amistad que mantenían hace años, le diera un buen puesto, y éste le había prometido que estaría a cargo de las casas de los uniformados en la villa, que tendría que tomar los nombres y los rangos de los nuevos inquilinos y asignarles las casas según sus estrellas y número de familiares. Entonces don Juan llegó arregladito, con los zapatos lustrados y el pelo perfectamente recortado y se sentó junto a los otros tres mil policías vestidos de gala en un galpón del regimiento, y el encargado de la ceremonia, al leer Juan Tipay en sus papeles, procedió a nombrar Puerto Williams, y don Juan, desconcertado, tuvo que llegar a su casa e informarle a su mujer que se irían al sur de nuevo. Y ella, no tan contenta, pero tampoco tan triste, había llamado ese mismo día a un grupo de ‘viejas’ (así las llamó don Juan) y armó una fiesta que duró hasta avanzadas horas de la madrugada. Dos días después partieron al sur y don Juan trabajó hasta veinte grados bajo cero. / Eso me lo contó la segunda vez. La tercera andaba preocupado. Tenía su auto nuevo, un corsa del 2006, y se la había roto algo, pero no sabía qué. Así, que antes de irnos, con don Sergio y él abrimos el capó de su vehículo y miramos. No me acuerdo cómo, pero estuvimos seguros de que el problema era la tercera bujía. Así que cerramos y nos subimos al auto, porque nos iba a pasar a dejar a nuestras casas. En el camino a mi casa (la más cercana) pasaron dos cosas. Primero don Juan nos contó una larga anécdota de cómo su mujer había logrado que un camión le sacara el parachoques trasero, en Rubén Darío con Ramón Picarte, yendo por Rubén Darío hacia el regional. Yo le decía que lo más importante era que su señora estaba bien, y él alegaba por lo caro que salía el arreglo, unos problemas con unos seguros, e insistía en que él molestaba en la casa. / Después don Sergio le preguntó a don Juan que cuánto le había costado el auto y, como no me interesaba la conversación, me dediqué a mirar por la ventana. Al rato caché que habían acordado que don Sergio le compraría el auto y que don Juan le daba garantía de dos años. / La última vez que hablé con don Juan fue cuando éste le vendió el auto a don Sergio. Hablaron en términos que yo no entendí y se fueron juntos. Me despedí de don Juan y ya van varios meses que no sé nada de él. En todo caso, tiene que esperar al menos dos años para poder sacar la licencia para conducir vehículos de transporte escolar, y yo tengo que esperar los mismos dos para sacar la de camionero. Ojalá no moleste mucho en la casa no más. Él, digo.

Andrea:

Hoy en la mañana estuve pensando en que tenía que hablar contigo. Pero no es que tuviera algo que decirte, era que de un momento a otro me pareció que ya había pasado demasiado tiempo sin que yo te dijera algo que me pareciera importante, interesante, entretenido; como que me pareció que los asuntos que trato, de los que converso, acerca de los que tengo opinión, van cambiando según la gente (que va y viene) y que por eso mismo empiezo a preocuparme de otras cosas según la gente con la que estoy conviviendo, y si esa gente varía en ciclos medianamente regulares, como me pasa, entonces siento que hay espacios sociales establecidos (y con fecha límite) donde yo siento que soy yo siendo prácticamente una persona distinta, o dos personas distintas, o varias según la hora del día. Yo acostumbro agarrarle cierto cariño a ese yo que soy cuando estoy haciendo algunas cosas; y me caen mal varios otros yo, como el que se somete a una orden, el que se vuelve a tropezar; y hay yos que me son totalmente indiferentes, como el que estudia. La cosa es que no tenía nada que decirte, pero podís leer esto y ver si te pasa o no.

¿Camionero?

Bueno, los cuernos, la vida de conductor de camión. Cada vez que el volante de su coche y casi siempre a resolver este problema, algunos de los siguientes sin quitar las ruedas - la esquina superior derecha, el paquete se puede ver camiones de hormigón. Más tarde, hace unos años, el conductor (el malo del idioma chino) era malo y que ha sido recibido, la pista detrás de un tazón grande, a la izquierda de la Alianza Evangelio y de la Internet y el cable en el hogar, por el segundo piso, mesa en muchas funciones, sacándole de captura, tiro de cable y uno del mundo y él nos pidió que llamar hogar. \ Para solucionar este problema para mí, herramientas en general, es el hombre que está tratando de hacer un seguimiento mente está cerrada, los salarios y las horas que estoy triste para enviar su parte, creo. Mi hermana está en cualquier caso, las máquinas que su conductor, de acuerdo a las pistas entre las pistas siempre es garantía de que el vehículo ha llegado en buenas condiciones que en general no cambia el viejo no está mal disponibles. En cualquier caso, lo siento, que parece viejo. Quiero hacer un gran motor....

Camionero

Acá, en la esquina, vive un camionero. A cada rato uno lo puede ver arreglando su camión, que casi siempre tiene problemas con las ruedas, entonces tiene que ponerle como unos pedazos de cemento abajo para sacar las ruedas sin que el camión quede en el suelo. Una vez, hace años, el camionero se equivocó (las malas lenguas dicen que venía borracho) y se metió a la calle con la parte de atrás del camión, ese recipiente gigante que andan trayendo, levantada, y agarró los cables de la luz, del Internet y tanta weá como pilló, botando varios postes y sacándole a mi casa unas tablas del segundo piso, esas donde están puestos los cables que nos conectan con el mundo. \ A mí en general me da pena pensar que el caballero tiene ese camión tan malo, si es su herramienta de trabajo, y se pasa horas y horas arreglándolo, poniéndoles piezas y tratando de encenderlo. Mi hermano, en todo caso, cree que el hombre no es camionero sino mecánico, y asegura que el camión va cambiando, que no es siempre el mismo camión, que le llegan camiones malos y que el viejo los convierte en camiones buenos. En todo caso igual me da pena el viejo. Y cuando grande, algún día, quiero ser camionero.

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