Me pasa a veces que cuando estoy acostado en un pieza, en una casa, en una ciudad, hay unas luces de a lo lejos que las veo sólo si miro de reojo. O sea, puedo tener el ojo abierto y el haz de luz choca con mi ojo pero no con mi pupila; y para que sí llegue, puedo mirar de reojo –apuntar al haz- y cambia un centímetro entero la posición de mi pupila, y lo veo.
Al otro día de eso, en la mañana, digo, en mi mañana, como a las 13, llegó mi hermano con un pollo congelado, de esos pollos que vienen enteros y envueltos en un plástico blanco y delgado, con hielo cayéndosele siempre. Llegó re enojado porque el pollo, en vida, se llamaba Intriga, y venía el nombre pegado en el plástico del pollo que venía duro como piedra. “¡Cómo nos vamos a comer un pollo al que le pusieron Intriga!”, me gritaba mostrándome el nombre, que estaba diseñado así como si lo hubieran escrito con un plumón, y me decía que después los pollos ya no iban a tener nombre y en vez de con nombre iban a venir con un número y unas letras incomprensibles. Pero qué, lo comimos y era como comer garbanzos, garbanzos caros, según mi mamá, que lo había cocinado y se lo comía mirándome a los ojos, fijamente, y yo la miraba y mascábamos Intriga mirándonos. Después le llevé los huesos de Intriga a los gatos. El cucho, que había desaparecido hace tiempo, estaba ahí y yo correteé a las perras, cerré la puerta, y tiré los huesos al suelo fuerte, para que rebotaran, y los gatos saltaban peleándoselos. Incluso los hacía rebotar en el suelo de manera que cayeran en algún lugar alto y ver cómo se las arreglaban los gatos para ir a buscarlos.
Pero guardamos la etiqueta de Intriga y un poco de carne, y me acuerdo de mi hermano gritándole al loco que se presentó como supervisor: “me vendiste un pollo que se llamaba Intriga, ¡y tenía sabor a garbanzos!”, y se lo pasaba para que lo probara, en un pote de plástico que tenía un poco del arroz con que habíamos acompañado a Intriga, pero el supervisor no lo probaba y mi hermano se enojaba más, gritándole cada vez más fuerte. Y cuando se armaba la batahola, aparece una pintosa diciendo que es la gerenta y que qué pasa aquí. Así que a gritos mi hermano le dice que Intriga tenía sabor a garbanzos y le pasa la comida y ella manda a buscar unos cubiertos y se sienta frente al público y come Intriga con arroz, diciendo que estaba bueno y que tenía sabor a pollo, un pollo de gran calidad y de marca, y le pregunta a mi hermano cuánto le costó y él lo dice y la gerenta le comenta al público lo barato que es un pollo de esa calidad, y que el arroz estaba muy bueno: “¿lo preparó usted?”. Enfurecido fue mi hermano a buscar lo que quedaba de pollo, diciéndole a alguien del público que probara un poco, pero en el pote no quedaba nada, y la pintosa era muy gerenta y muy pintosa, y muy rica, y hasta nosotros le creímos un poco. Al otro día comentábamos “pero tenía sabor a garbanzos, ¿cierto?”, y mi mamá decía “sí, pero garbanzos caros, garbanzos buenos”.
Así que cuando volvimos de allá recorrimos el patio buscando los restos de huesos que habían dejado los gatos. También le dimos huesos a las perras, así que recorrimos el patio delantero de la casa, mientras la perra chica correteaba con la perra vieja, que ni la pesca. Encontramos varios, muchos, y no sabíamos cuáles eran de ayer y cuáles de más antes, entonces los pusimos arriba de la mesa y los miramos un rato. Sacamos como 3 de 20 así, mirándolos. Les dije que ayer había notado que no rebotaban muy bien, que podíamos hacerlos rebotar. Y los empecé a tirar al suelo. Era difícil recogerlos porque como tienen formas irregulares, rebotan ‘pa cualquier lao’, y mi hermano se perdía debajo de las mesas de la cocina. Mientras hacíamos eso mi mamá decía “pero ¿a quién le vamos a llevar estos huesos?, ¿qué le vamos a decir? ¿Qué el pollo se llamaba Intriga y que tenía sabor a garbanzos?”.
Los dejamos en algún órgano del Estado, no sé cuál, donde nos dijeron que lo iban a revisar. “¿Acaso no trajeron la carne?”, preguntaron, y miramos a mi hermano a ver si explicaba lo de la gerenta, y se enredó entre que la perra se lo había robado y entre que, en realidad, Intriga no estaba malo, se podía comer, sí, pero tenía sabor a garbanzos. “¡Y el pollo se llamaba Intriga!”.
Como al año llegaron dos cartas juntas. Una era del supermercado y la otra del Estado Nacional. Venían juntas. La del supermercado decía que estaban investigando nuestra denuncia y la del Estado decía que el supermercado había tomado medidas internas para solucionar nuestro problema. “¡Fascismo!”, gritaba mi hermano por la casa, “¡estos weones son unos fascistas!”.
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