Miércoles.

Hoy en la tarde viví una aventura. Corta e intensa. Pero empezó mal. O sea, con una mala noticia para mi futuro. Noticia solucionable en todo caso. Da lo mismo. La cosa es que no puedo revelar muchos datos acerca de la aventura misma, pues tiene que ver con personas a las que no puedo mencionar haciendo lo que estaban haciendo. No por miedo, pero sí por mantener su integridad físico-psicológica. El clímax, diré, sí, fue mucho más corto que todo lo demás, que fue más que nada largo y monótono, dentro de su simpatía. Es como el enfermo ‘estable dentro de su gravedad’. Tampoco puedo revelar la identidad del colectivero ni la de los micreros, pero sí diré que me compré una sopaipilla en la rotonda Grecia y dos sémolas en la esquina. Me lo comí todo y me estuve acordando de que arriba de la primera micro, después del colectivo, hubo un momento en que volví a recordar y a no poder visualizar esa definición de una forma que me está dando vueltas. Lleva días en mi cabeza, y recuerdo que lo tenía en mi mano y me decía a mí mismo, y en voz alta también, ‘esto tiene la misma forma de la parte de arriba de la cabeza de un cocodrilo partida por la mitad’. Esa era la forma y yo la tenía en la mano y pensé en la descripción, pero ahora no me puedo acordar el objeto. Una cosa por otra, pensé. Otro momento, en que íbamos caminando, estuve pensando en que era miércoles, y era temprano, y me emocioné un rato con la idea de que todavía quedaba un montón de miércoles, un montón de horas en las que podría hacer un montón de cosas diferentes, agradables y productivas (no, no son excluyentes). Y como era miércoles, y tenía un montón de tiempo para hacer esas cosas, y como la noche anterior había dormido poco y estaba innecesariamente hiperventilado, me decidí por hablar tanto como pudiera hasta que saliera de mí algo que recordar. Salió, y si no lo anotara, no sólo yo lo olvidaría, sino que casi nadie más lo conocería. Era, más que un algo, una propuesta. Era una idea de cómo contar cierto tipo de historias, esas en las que uno no sabe si son verdad o no. Entonces estaba diciendo algo así: “No sé si lo que voy a contar es cierto o si tengo que inventarlo a medida que lo cuento”. Y empecé a contarlo: “Si yo le dijera a él que…”. Pero me interrumpí. Y le dije a mi oyente que mejor iba a contar la historia como si hubiera pasado de verdad, entonces empecé así: “Cada vez que le he dicho que…”. Ahí parece que explotamos en unas carcajadas que se acrecentaban a medida que la micro doblaba por avenidas anchas pero vacías, que no me dejaban en mi casa.

Me bajé riendo y partí a comprarme la sopaipilla.

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