Cuarto sueño.

Estaba yo de pie en medio de un montón de colinas muy verdes, árboles a lo lejos, ninguno cercano. Yo de pie, y desde atrás de una colina apareció un avión cuyas alas eran exageradamente gruesas y que, pese a tener pinta de una adquisición reciente de American Airlines, tenía hélice. Además, tenía instalado encima de él un edificio diez pisos. En cada una de las ventanas del edificio había dos ó tres personas desnudas sentadas con las piernas colgando hacia fuera. Vi eso y me desperté.

Pedro Pedro.

Se supone que Pedro Pedro llegó a la casa de la Adelaura en pésimas condiciones etílicas pero en un satisfactorio escenario moral. Se sentía más que nada sensato. Y dice que le había estado dando vueltas a esa palabra para definirse. Por un lado le parecía sensato autodefinirse a sí mismo como sensato, pero por otro le parecía que ser sensato era poco sensato en las actuales condiciones de su vida. Sobretodo de su vida etílica. / En todo caso, al llegar a la casa de Adelaura estaba pensando seriamente en que el sexo fácil no funciona tan fácil, que no le gusta. Supongo que estaba pensando –algo me había comentado- en la diferencia, por ejemplo, entre la prostitución fácil y barata de avisos de periódicos e Internet versus la prostitución más tradicional, la de prostíbulo con bar. En la primera hay que ir a un lugar a tener sexo, en volá conversar un rato, pero irse rápido. Culiar, pagar, irse. En la de antaño es más como ir en la volá de conquistar a alguien sabiendo que se va a dejar conquistar a cambio de un poco de plata; pero igual hay que ir, sentarse, elegir, coquetear, emborracharse un poco, bailar, besarse un rato. Cuando conversábamos de eso me dijo que piensa que deben haber hombres a los que les cuesta concretar una relación sexual sin el previo coqueteo, cosa con la que estoy en total acuerdo. Pedro Pedro dice que a él le pasa. Entonces la situación en la que se encontró de pronto, en el living de Adelaura tomándose una cerveza, borracho, le pegó, lo webió. / (Después contaba que no sabía qué decirle, que mientras más tomaba menos se desinhibía, que incluso le daban ganas de re arremangarse los pantalones que tenía hasta la rodilla por el calor, sobretodo porque a ella no le molestaba -lo demostraba a través de sus caricias- para nada lo sucio que estaban sus pies, y a Pedro Pedro, a esas alturas de su vida, le molestaba esa suciedad, porque se había propuesto cambiar algunas cosas de su forma de presentarse frente al mundo, propuesta que lo había llevado, por ejemplo, a pasar un miércoles en la tarde sin polera en la casa de su amigo Josergio, que estaba repentinamente súper poco presente en su vida, y a Pedro Pedro, antaño, no le habría hecho ninguna gracia que su compadre lo viera semidesnudo, pero en esa situación no le molestó, por lo que se sintió distinto. Supone él que no sabe qué es lo que sintió, pero le pareció sentirse más viril, dice.) / Así fue que Adelaura lo miró de reojo, como diciéndole que ya, que la agarre y que la manosee. Y Pedro Pedro no sabía cómo decirle que necesitaba hacer alguna otra cosa además de beber para excitarse. Me dijo que le molestaba, por ejemplo, estar sentado con ella alrededor de una mesa, que no hallaba cómo coquetear alrededor de una mesa, que no sabría como tener sexo en una mesa, que estaban dejando de gustarle las mesas en general. Y cuando Adelaura fue a buscar más cervezas a la cocina procedió a sentarse en el sillón. Se supone que se sentó apoyando la espalda en un posabrazos del sillón, medio acostado, y que Adelaura, al volver, se sentó y apoyó su espalda en su pecho y tomó con firmeza su rodilla. Ahí, Pedro Pedro se dijo que no había forma de salir de esa situación: que iba a terminar de alguna u otra forma acostado en la cama matrimonial que Adelaura mantenía en su efímera soltería. Y esa cama era blanda y limpia, cómoda y suave, grande. Y se miró los pies y se dijo que si iba a seguir haciendo cualquier cosa ahí debía hacerla con los pies limpios. / Fue al baño y se sentó en la tina, vestido, pantalones arremangados, sin decirle nada a Adelaura. Tiró el chorro y empezó a limpiarse. Había decidido, eso sí, no usar jabón. Estaba en eso, medio a escondidas, cuando vio un pié tan sucio como el suyo bajo el chorro. Adelaura estaba con los pantalones arremangados también y se estaba metiendo a la tina. Se sentó por el otro lado, apretada contra la pared y le dijo que le lavara los pies a ella también. Así empezó a hacerlo y de pronto ella estaba haciéndoselo a él, sin jabón, sacándole las manchas negras que tenía alrededor de las uñas, las líneas de piñén que se acumulaban debajo de las tiras de la chala. Pedro Pedro pensó que en ese momento iban a terminar teniendo sexo bajo la ducha, mojándose la ropa y todo. / Me estaba contando eso y yo le decía que siguiera, que qué había pasado después. No me dijo mucho, pero me dijo, sí, que no, que no habían tenido sexo, pero que se sintió como Jesús frente a apóstol. Yo no entendí por qué, y él me dijo que no sabría cómo más sentirse.

Miércoles.

Hoy en la tarde viví una aventura. Corta e intensa. Pero empezó mal. O sea, con una mala noticia para mi futuro. Noticia solucionable en todo caso. Da lo mismo. La cosa es que no puedo revelar muchos datos acerca de la aventura misma, pues tiene que ver con personas a las que no puedo mencionar haciendo lo que estaban haciendo. No por miedo, pero sí por mantener su integridad físico-psicológica. El clímax, diré, sí, fue mucho más corto que todo lo demás, que fue más que nada largo y monótono, dentro de su simpatía. Es como el enfermo ‘estable dentro de su gravedad’. Tampoco puedo revelar la identidad del colectivero ni la de los micreros, pero sí diré que me compré una sopaipilla en la rotonda Grecia y dos sémolas en la esquina. Me lo comí todo y me estuve acordando de que arriba de la primera micro, después del colectivo, hubo un momento en que volví a recordar y a no poder visualizar esa definición de una forma que me está dando vueltas. Lleva días en mi cabeza, y recuerdo que lo tenía en mi mano y me decía a mí mismo, y en voz alta también, ‘esto tiene la misma forma de la parte de arriba de la cabeza de un cocodrilo partida por la mitad’. Esa era la forma y yo la tenía en la mano y pensé en la descripción, pero ahora no me puedo acordar el objeto. Una cosa por otra, pensé. Otro momento, en que íbamos caminando, estuve pensando en que era miércoles, y era temprano, y me emocioné un rato con la idea de que todavía quedaba un montón de miércoles, un montón de horas en las que podría hacer un montón de cosas diferentes, agradables y productivas (no, no son excluyentes). Y como era miércoles, y tenía un montón de tiempo para hacer esas cosas, y como la noche anterior había dormido poco y estaba innecesariamente hiperventilado, me decidí por hablar tanto como pudiera hasta que saliera de mí algo que recordar. Salió, y si no lo anotara, no sólo yo lo olvidaría, sino que casi nadie más lo conocería. Era, más que un algo, una propuesta. Era una idea de cómo contar cierto tipo de historias, esas en las que uno no sabe si son verdad o no. Entonces estaba diciendo algo así: “No sé si lo que voy a contar es cierto o si tengo que inventarlo a medida que lo cuento”. Y empecé a contarlo: “Si yo le dijera a él que…”. Pero me interrumpí. Y le dije a mi oyente que mejor iba a contar la historia como si hubiera pasado de verdad, entonces empecé así: “Cada vez que le he dicho que…”. Ahí parece que explotamos en unas carcajadas que se acrecentaban a medida que la micro doblaba por avenidas anchas pero vacías, que no me dejaban en mi casa.

Me bajé riendo y partí a comprarme la sopaipilla.

...desde la nada.

Últimamente me pasa algo que sólo me había pasado una vez en mi vida. Esa vez fue cuando descubrí, hace cuatro o cinco años, un montón de canciones de entre los ’70 y los principios de los ’90 que tenían como tema específico, implícita o explícitamente, la revolución social de carácter marxista. Es decir, agrupaciones del estilo de Inti Illimani. Ese estilo. Entonces empecé a escucharlos y siempre me parecía que eran canciones que yo ya conocía, algunas, incluso, podía tatarearlas. Pero antes de esos años nunca había escuchado una con detención, y cuando lo hice, la mezcla de ese vago y escaso recuerdo, con la idea y el pensamiento social de la época que buscaban transmitir, hizo maravillas en mi relación con ellas, me encantaron, me las aprendí, las toqué en guitarra, hablé de ellas, bajé discos. Las disfruté profundamente, como cuando, antaño, había disfrutado de Nirvana y Led Zeppelín.


Lo que me pasa últimamente, en todo caso, es un poco distinto. Ahora escucho canciones que me parecen completa y absolutamente contemporáneas, que me parece responden a una historia complicada y entretenida de la historia de la música popular anglosajona que tanto escuchamos, una historia tan entretenida como la historia del jazz, solo que ésta no ha sido sistematizada. Y esas canciones, tan contemporáneas, de alguna forma me dicen que las conozco hace tiempo, que siempre he escuchado ese tipo de acordes, que siempre he escuchado esas frases y esas entonaciones. Sé que no las he escuchado nunca, pero sé que nunca había tenido la oportunidad de abstenerme a escucharlas.

Otras volás

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