Montón.

Hay un montón de weás, un montón de weás que nunca voy a comentar con nadie.

Existencia

Si hay algo que puedo hacer bien es existir. Y tengo que conformarme. Y me disfruto. A ratos, me disfruto.

Tercer sueño.

Ya. Rápido. Mi cuerpo era pura piel, no había venas, músculos, huesos ni nada. Piel. Piel como plasticina. Me agarraba un dedo, desde la base, y lo desprendía de la mano suavemente; la piel de la mano se volvía flácida un momento y el dedo salía sin inconveniente alguno. Lo miraba un poco. Tenía sus huellas digitales y todo. Lo separaba en pedacitos, lo apretaba, lo estiraba, hacía pelotitas con él. Después lo reconstruía como podía para ponérmelo de nuevo. Se venía feo antes de ponerlo, pero una vez en la mano retomaba su forma habitual y seguía funcionando. Me sacaba varios dedos de una mano; todos, después. Me sacaba una mano entera. Con la otra me costaba mucho hacer formas, así que me sacaba un pié. Acostado en la cama trataba de hacer formas entretenidas con la piel-plasticina, pero no me funcionaba, quedaban cosas feas, figuras deformes y cosas raras. Así que me ponía el pie y seguía intentándolo con una un brazo, una pierna. No me acuerdo qué más pasaba hasta que le regalaba una pierna a alguien. Eso. Corta.

que.

...te decía que qué tipo de situación es ésta, que por qué te parece tan raro, que hay mucho humo en el baño, que estai enredá y que puta la weá, que estoy hablando weás, que me preguntís si así o asá, que me da lo mismo esa weona, que no me importan esas historias, que tenemos para los tres, que hay que activarla, que me siento nervioso, que me quiero fumar un cigarro en la cocina, que no te metai ese tipo de weás, que dejís de hablarme de esa weá, que la corte con esas llamadas, que no haga esto y que empieces a hacer eso, que termines, que sigas, que no has terminado, que no hemos empezado, que me quiero asomar por esa ventana de nuevo, que me da lo mismo ese weón, y esa weona, que me dan lo mismo y que quiero verlos y decirles, y que estemos en eso, un mes, dos meses, un tiempo, y que por qué hay tanto humo en el baño, y que qué pasó con el humo de la cocina, que no abras la ventana, que no cierres la cortina, que no pises esa alfombra, que te encanta esa weá, que hice un descubrimiento, que crees que lo veo como una apuesta culiá, que todavía hay que dedicarle más espacio, que todavía no ha empezado, que el humo está llegando al living, que dejes de fumar, que cerré esa puerta, que no me gusta que esté abierta, que dónde quedó lo de antaño, que cuándo empezaste con esto y que cómo se me ocurría, que no sabes dónde estoy, que no sé cómo ubicarte, que qué relación tiene esto con eso, que por qué insistes, que por qué insisto, que qué estás buscando, que por qué chucha el humo está en el living, que pasó algo con el posavasos, que dónde está la weá para limpiarse los pies, que nos vayamos, que pensemos mejor en esto, que estai aburría del humo, que solucione algún problema, que deje de plantear preguntas, que no sé qué pasa con ese humo, que vayamos a un lugar más cómodo, que nos pueden ver, que nos escuchen no más, que porqué hay tanto humo en todas partes, que de dónde sale, que estai tosiendo mucho y que no fumai ná, que ventilemos, que abramos la ventana y cerremos la cortina, que por qué tanto humo, que por qué tanta weá.

Segundo sueño.

Soñé que despertaba con una persona que conozco, escuchando una música que venía recién conociendo. Y apenas despertar sentí unos dolores en la nuca, fuertes así. Iba al baño a echarme agua o algo, y me ponía a mear. Me salía un chorro que iba cambiando de color, rápidamente; yo reconocía en los colores las comidas que había ingerido durante el día. Después metía mi cabeza en el water y olía profundamente mi meado, reconocía mis comidas en los olores. Metí una cuchara al agua y revolví el meado de colores con el agua hasta que quedó un color homogéneo. Lo miré y pensé que estaba muy oscuro. Así decidí que tenía que comer más pepinos y menos duraznos. En esas frutas pensé, en pepinos y duraznos. Y me quedé pensando largamente en eso.

Patio.

La enredadera amaneció enojá, enfurecida. Un gato de la casa le había meado su mejor rama a tierra y se sentía hedionda y sucia. Los ciruelos también. Alguien había colgado una hamaca entre los dos y tenían que soportar el peso y el balanceo de dos o tres personas al día. El pasto se desesperaba mirando a la gente jugar pin-pon. Le rompían una y otra vez los pedazos de su horizontal existencia. Igualmente, a todos les molestaban las fogatas que el dueño de casa hacía de vez en cuando con sus amigos. La otra enredadera, extendida por el suelo, tenía que soportar día a día que los gatos la usaran como cagadero. El álamo, desde arriba, miraba a los demás. En su esquina del patio no pasaba casi nada malo: tenía vista a la cordillera. Y la marihuana, condenada de nacimiento a una muerte atroz, temblaba cada vez que alguien le cortaba sus hojas y se las fumaba frente a ella.

Otras volás

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