A las 17:00 en punto se metió la primera mitad. A las 19:00 no la hacía efecto, y, siguiendo los consejos del vendedor (que en realidad los había obtenido de quién sabe quién), se adentró la otra mitad. A las 19:30 se enojó y empezó a escuchar el segundo movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. A eso de las 19:35 apareció Vivaldi y las estaciones. Escuchó la primavera. A las 19:45 escuchó el Verano. A las 19:55 escuchó el Otoño. Entre esa hora y las 19:59 las paredes de madera respiraron a su ritmo. A eso de las 20:00 le pareció escuchar la voz de su hermana, que esa misma noche se marchaba a tierras lejanas. Lloró. Sin pensarlo demasiado tomó una buena cantidad de dinero y cruzó las puertas diciendo, en voz baja, “ahora o nunca”, y, en voz alta “no se preocupen, voy a ver a mi hermana”.
Después de varias cuadras de caminata apareció un taxi, que se detuvo frente a él y le permitió ingresar su presencia al movimiento. Minutos más tarde su existencia aterrizaba en el cemento y su cuerpo volaba observando los extraños colores que la luz del sol mezclaba con la luz de la atmósfera. Sus manos se le salieron y caminaron solitarias por el pavimento; sus pies desnudos mostraban tantos callos que ni un indígena querría mirarlos; sus ojos se llenaban de líquidos incomprensibles; sus intenciones brotaban como relámpagos absurdos desde su conocimiento.
Segundos más tarde se detuvo unos segundos a llorar. Segundos más tarde se levantó y caminó. Segundos más tarde se detuvo unos segundos a llorar. Segundos más tarde volvió a caminar y luego se encontraba en un pasillo frente a dos mujeres risueñas.
-Claro… uno entero acongojado y el par de weonas cagás de la risa.
Pasó una micro en la esquina. Pasó otra. Una de las mujeres se subió y la otra lo abrazó y lloró, mientras las palabras brotaban invertebradas de su boca.
-…y no te hagai nazi, porque los nazis odian a los gitanos, que son la gente más contenta del mundo.
Después de esas palabras volteó su representación y caminó hacia el este. Se arrepintió y caminó al oeste. Llegó a un departamento y, bicicleta en mano, le preguntó a la bicicletera si quería ahogar sus penas en alcohol. Frente a la respuesta negativa se alejó indeciso. Minutos más tarde aparecieron dos hombres conocidos con instrumentos musicales pesando sobre sus humanidades. Gritaron y acordaron ahogar las penas justo después de la historia del guatón gay y el taxi boy fornido.
Las caipiriñas no eran de su estilo, pero bebió una con uno de los borrachos y otra con un par de borrachas. Se cambiaron de bar. Se cambiaron de bar y comenzaron a golpear sus vasos gritando “Prosit”. Cuando se quebró el primero empezaron automáticamente a cantar cumpleaños feliz y el doncello se lo regaló. Después de un rato les ofreció su útero en arriendo. Más tarde llegó un jamaicano absolutamente chileno y compartieron su suave alcohol burbujeante con él. Al preguntarles, como conjunto, acerca de su forma de visualizar el mundo, uno de los suyos dijo:
-Yo hago.
-Yo pretendo.
-Yo imagino.
-Yo cago.
Tembló y no pudieron contener la risa. Luego aparecieron los músicos y, mientras unos los defendían y otros los desamparaban, conocieron al Rubén Darío, el Daniel y ese que siempre fue un desconocido silencioso. Hablaron poco, pues siempre había interrupciones y molestias al proceso. El jamaicano, que iba y venía, lo empezó a mirar feo y le dijo cosas de las que se arrepintió.
De pronto no había nadie más, había una bicicleta, una caminata y sexo, más sexo del que deseaba. Amanecer, luces y sol. Calor. Triángulos en el techo. Estuvo varios minutos disfrutando de esos triángulos y otras formas geométricas mientras la araña imaginaria (que era una mancha, una imperfección) caminaba para allá y para acá sin lograr asustarlo o molestarlo. Luego las partes del techo se introducían en él mismo y volvían rápidamente. Muchas partes en muchos lugares distintos, muchos techos yendo y viniendo, volando y resistiéndose.
Rápidamente un documental, unos escritos, unas gatas, unas maletas, unas duchas, un papá, una escoba, un poco de llanto ajeno y un bus. A las 11:00 daba un examen; a las 14:30 se enojaba con el profesorado; a las 15:00 conversaba con un negro; a las 15:15 hablaba con una borracha; a las 16:00 fumaba marihuana; entre 16:20 y 17:31 dormía en un sillón con una gata y una perra. A las 17:32 hacía las maletas y ordenaba su habitación. A las 19:20 entregaba droga en un paradero. A las 19:30 veía a un personaje familiar. A las 21:00 tomaba un bus y se alejaba de esa horrenda ciudad.
A eso de las tres de la mañana una niña de pocos años lloró en el bus y lo despertó, cosa que lo ofendió profundamente. Su reacción pasiva frente a la ofensa le ayudó a dormir nuevamente y comenzar a vivir un verano aleatorio, impreciso e incognoscible, junto a unos y otros, que terminaría en tragedia si es que no cambiaban un par de cosas innecesarias.
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Hace 3 años
3 comentarios:
Queríamos llamarte la noche del barco, pero nos imaginamos que estabas en Argentina. El mío me dio muchas cosquillas y me desvió un ojo.
Casi le da estravismo a esta mujer, que además no paraba de cagarse de la risa durante casi toda la primera hora.
Hay que repetirlo. Pero más tarde, en un buen tiempo más.
"De pronto no había nadie más, había una bicicleta, una caminata y sexo, más sexo del que deseaba", esta frase me gustó mucho
y todo el recorrido me dio mucho frío mientras leía...
Que asco el "sexo gula"
"un verano aleatorio, impreciso e incognoscible, junto a unos y otros, que terminaría en tragedia si es que no cambiaban un par de cosas innecesarias"....
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